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Oesterheld analizado por Felipe Ávila
Texto inédito de Felipe Ávila analizando el trabajo de HGO (Oesterheld) para editoriales chilenas

Un texto inédito de Felipe Ávila sobre HGO

Felipe Ricardo Ávila fue un guionista, dibujante, investigador y editor de historietas argentinas. Fue el autor del libro Oesterheld y nuestras invasiones extraterrestres (publicado por Deux en dos tomos de 2007) y el alma mater del grupo Rebrote que tuvo varias publicaciones entre revistas, álbumes y libros teóricos.
Pero Ávila fue, sobre todo, un tipo al que todos los que lo trataron recuerdan con cariño. Por eso, su fallecimiento en 2018 resultó tan doloroso para tantos amigos como se granjeó en el ámbito de la historieta.

Uno de esos amigos es Ernesto Parrilla y fue él quien, ayudando a la hija de Felipe a ordenar los papeles de su padre dio con este manuscrito. Se trata de una parte de un texto, evidentemente más extenso, que le había estado dictando a Marcelo Piñeiro porque, por esa época, su condición de salud ya no le permitía escribir.
Aunque se lamenta que el texto esté incompleto, no deja de ser un documento valioso ya que habla sobre un tema poco estudiado por nuestra historiografía: el trabajo que Oesterheld realizó para Chile. Por este motivo, Ernesto pensó que valía la pena darlo a conocimiento del público y, generosamente, pensó en Legado de Orfeo para hacerlo.

Lo que hacemos a continuación es reproducirlo tal cual él nos lo envió.

La Aventura Trasandina en la década del sesenta

Felipe Ricardo Avila
Colaboración de Marcelo Piñeiro

Los hermanos Jorge y Héctor Germán Oesterheld habían fundado en 1953 un sello, la Editorial Frontera, que cambió para siempre el paradigma de las revistas de historietas de aventuras en la Argentina. Pero Frontera duró poco –en relación con el potencial que tenía– y los emprendimientos editoriales posteriores en su misma línea, si bien en algún caso eran verdaderos hallazgos en términos conceptuales, nunca prosperaron. Es que el panorama editorial había cambiado. Y hubo que analizar la nueva situación.

Una de las conclusiones resultantes, tras la experiencia de los reiterados fracasos, fue que para salir a competir con éxito, las revistas de historietas debían ser a todo color. Desde finales de los cincuenta, los kioscos estaban inundados de revistas mexicanas, casi todas de Editorial Novaro, a todo color. La mayoría era material traducido: comic books de Superman, Batman, Red Ryder, Tarzán y cuarenta títulos más. Y ése era otro detalle no menor, que marcaba la diferencia respecto de la producción argentina: la oferta editorial proponía muchas revistas distintas, con el título dado por el nombre del personaje. Había que intentar ese modelo.

Podemos imaginar sin temor a equivocarnos el día en que el diagnóstico y la idea se convirtieron en proyecto: esa charla en la casa de Eugenio Zoppi en que con Héctor Oesterheld se dieron cuenta de cómo venía el cambio formal para (por lo menos) la próxima década de la aventura a cuadritos.

Puestos a trabajar, ambos comenzaron a producir revistas con el formato de comicbook de 32 páginas a color bajo el sello Dayca, una propuesta concebida no sólo como un simple negocio sino como una idea con proyección latinoamericana. Así crean Birdman (un justiciero vestido de rojo dibujado primero por Zoppi, luego por Rubén Sosa y más tarde por Lito Fernández) y Futureman, un viajero del tiempo afincado en Mar del Sud. En muchas de estas revistas los autores firmaban con seudónimo. Por ejemplo, figuraba un “Estudio Espartaco”, de Ramos Mejía, como responsable de los dibujos. La escuela de Zoppi es interesante porque casi todos los alumnos fueron ayudantes y en la época del estudio Espartaco, todos (Zoppi incluido) usaron seudónimos. Oesterheld utilizaba mucho uno: Alí Wehbe, tomado del “turco” Omar Wehbe, 7 de Vélez.

Entre diciembre de 1964 –cuando aparece el primer número de Futureman– y el año 1967 con los títulos de Oesterheld publicados por Zig–Zag en Chile, transcurre un período poco conocido de la trayectoria profesional del guionista.

Con respecto a su paso por Chile, y las publicaciones que hiciera Oesterheld allá, se sabe que hizo numerosos viajes desde 1965 hasta 1969. Fueron varios los ilustradores y guionistas chilenos que trabajaron con él, como bien cita Yosa Vidal en su ensayo: Hernán Vidal (Hervi), Palomo, Vivanco y otros. Escribe Carlos Cornejo en el libro “Oesterheld en tercera persona”, publicado por La bañadera del cómic, que él llegó en 1965 a Buenos Aires para conocer y entrevistar a su admirado guionista. Entonces, entre Oesterheld y el periodista chileno se traba una amistad que se afianza con los años, por lo que no es extraño que fuera Cornejo quien le abriese la posibilidad de llevar su material al país vecino para poder publicarlo.

Cornejo fecha el primer viaje en 1968, pero seguramente es un error de la memoria ya que sabemos que ya en 1967 Oesterheld publicó las series: “Ronnie Lea, el Muertero”, “Jimmy Tornado Salas”, etc. Es en uno de esos viajes cuando Héctor se convierte en el alma y el motor encargado de diseñar un proyecto completo, con varias revistas de historietas de distintas características para editorial Zig–Zag: una bélica, otra de aventuras en el Far West, etc. Es decir que volcó su saber y sobre todo su experiencia como escritor y editor prolífico en largas charlas con aquellos jóvenes artistas chilenos: cómo se debe hacer un guion de historieta, como se le plantea al dibujante cada escena, cómo hacer para escribir sobre distintos tópicos, la documentación necesaria, etc.

En 1969 sería el año del último viaje del guionista a Chile. Cito a Carlos Cornejo, que nos cuenta cómo Oesterheld contactó con la gente de la revista humorística El Pingüino:

“Oesterheld visitó Chile en 1969 y nos sentábamos de a tres en un parque frente al río Mapocho a preparar nuestra confabulación” (…) “Y ese año había otro escollo, las elecciones que llevarían a Salvador Allende al gobierno desataron la fuga de los dueños de las mejores imprentas del país, llevándose las máquinas. Discurrimos un plan audaz: transformaríamos la revista de humor “El Pingüino” que Vivanco supervisaba para Editorial Cochrane, introduciéndole historietas de Héctor G., disimuladamente…, hasta convertirla en “Territorio Oesterheld”.

En el citado libro, el testimonio del dibujante chileno Alberto Vivanco, mejora las fechas (“a mediados de los sesenta”) y se aproxima más a la verdad de lo sucedido:

”En esas circunstancias, lo invité a Chile para probar suerte en la editorial Lord Cochrane, donde yo dirigía algunas publicaciones. Llegó a Santiago con un magnífico proyecto de publicaciones infantiles, que sin embargo no fue comprendido por los editores, tradicionalmente torpes y timoratos. Me apresuré a contratarle todos los trabajos posibles, que se publicaron en la revista El Pingüino la cual yo dirigía…a la espera de poder concretar algún proyecto de envergadura, como Oesterheld se lo merecía”.

Vivanco quería, en principio, trasplantar en su suelo –editar masivamente en Chile–, lo mejor de la historieta y el humor gráfico argentinos (el maestro Oski viajó con Oesterheld una vez). Pero la idea era que después de un tiempo, ya consolidado el proyecto con la producción de numerosas revistas, se pudiera exportar al resto del continente.

Finalmente, y luego de muchas reuniones aquí y allá, sucede lo imprevisto: el motor chileno del proyecto, Alberto Vivanco, es despedido en 1968 de la Editorial Lord Cochrane. Esta era una competidora de Zig-Zag, menor en cantidad, pero con libros de calidad y con títulos fuertes como la humorística El Pingüino o Mampato ( una suerte de Billiken chilena en formato comic book), las aventuras de Marouf “El Agente Silencio”, un espía francés en La Segunda Guerra, entre otros. Esta editorial existió cerca de 12 años desde diciembre de 1968 hasta 1979. Por la relación con su amigo chileno, deja Oesterheld de participar con ellos.

Lo que sigue es el proyecto de Quimantú:

Con el triunfo de la Unidad Popular de Salvador Allende en 1970, los trabajadores de Zig-Zag realizan un paro de actividades para forzar que la empresa sea absorbida por las áreas sociales del Estado, consiguiendo la firma del acta de compra de los activos de Editorial Zig-Zag el 12 de febrero de 1971 y colocando como director editorial a Joaquín Gutiérrez.

Así, dos años después de perder su empleo como director de publicaciones, Alberto Vivanco asume como jefe de la división periodística de la editorial Zig-Zag, ahora rebautizada, en tiempos de Allende, como Editorial Quimantú, que significa “Sol del Saber”, en lengua mapuche. El nombre elegido para la “nueva” editorial no era casual, y es coherente con la idea del proyecto socialista del gobierno de la Unidad Popular de Chile, que entiende que si quiere hacer una revolución no se deberá desdeñar el aspecto cultural y, además, sostenerlo desde lo teórico. Por eso Quimantú, el nuevo sello editorial del gobierno, se propone poner el libro al alcance de todo el pueblo. Y en solo dos años, logra este objetivo con una producción masiva: se imprimen millones de ejemplares a bajo costo y cada título con una tirada cercana a las 50.000 copias. Con una política de producción y distribución que abarata costos de venta, Quimantú convierte al libro en objeto de deseo popular, de uso cotidiano, de lectura fácil, ineludible. Y en un vehículo ideológico de alcance masivo y plural, que lleva contenidos nuevos a millones de personas que antes apenas leían, hablándoles de su tierra, privilegiando la refundación de una nueva identidad y acercándoles la voz de muchos de sus escritores.

Esa llegada masiva del libro al lector de distintos estratos sociales, pero sobre todo del sector más bajo de la sociedad chilena, refuerza la idea de integración y pluralidad que venía desde el propio gobierno. Quimantú concibe al libro como una herramienta de lucha “emancipadora de conciencias para el nuevo Chile”. Ése era el propósito del gobierno de Allende. Y hubo muchos y valiosos logros.

Sin embargo, no siempre los resultados fueron acordes a las intenciones. Por ejemplo, en el sector de historietas se introdujeron –en títulos ya consagrados de Zig-Zag– nuevos personajes, con características diferentes, opuestas a las habituales y consabidas. Y lo nuevo no siempre resultó fácilmente asimilable. Esos nuevos personajes –a diferencia de los producidos por la cultura de masas en las metrópolis centrales– reflejaban y encarnaban propuestas ideológicamente liberadoras. Así, por ejemplo, en las historietas de ambientación selvática, digamos (“Mawa de la Jungla” o “Mizomba el Intocable”) los héroes blancos, luchaban contra mercenarios o explotadores o directamente contra esclavistas negreros. O, si la revista era de guerra, se mostraba cómo Vietnam era invadida por el imperialismo norteamericano, o cómo luchaban grupos guerrilleros para liberar su tierra. Y así en distintos órdenes.

No siempre el público acompañó estos cambios, los que a la distancia de los años transcurridos se ven como interesantes propuestas éticas, y a veces también estéticas, pero más que nada parecen ser el fruto de una “elite” intelectual con buenas intenciones, pero tal vez alejada de la simpleza del lector común. Si la idea fue buena, tal vez un ritmo de publicaciones sostenido en el tiempo habría permitido desarrollar más y mejor a los personajes nuevos y permitir que ese público popular, a veces nuevo, pero apenas leído y alfabetizado, de lejanas regiones chilenas – a las que ahora llegaban masivas las revistas – se compenetrara con esos personajes y sintiera el impulso o deseo de seguirlos en cada nueva lectura, en cada nueva aparición de sus revistas.

Lamentablemente – y aunque no sea exactamente la intención de esta nota– en septiembre de 1973, con el golpe a Allende, Quimantú cierra. Y entre tantas cosas nefastas y casi todas terribles que suceden con el Golpe de Estado y con la muerte del presidente Allende, como la persecución ideológica y el asesinato de miles de personas, más la censura de las ideas, una de las cosas que se pierden con el cierre de la editorial del Estado es un proyecto de Identidad Sudamericana, un proyecto de Cultura y de Nación.

En el campo de la historieta, el proyecto de Alberto Vivanco –que de algún modo intentaba reflotar la quimera compartida con Oesterheld– quedó para una próxima oportunidad que nunca llegaría.

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