“La señora del 5to C” de Dolores Alcatena, o cómo romperme el corazón en menos de treinta páginas
Con qué simpleza La señora del 5°C de Dolores Alcatena, publicado por Deriva Ediciones, con sus 26 páginas en blanco y negro en formato grapa, me partió al medio. Nacida el 3 de abril de 1999, en Flores, esta joven artista nos está dando vuelta la cabeza a todos los que tenemos el placer de leerla. Su prolífica carrera ya nos ha llevado por Los tres aventureros (Jano Comics, 2019), Lovecraft y negrito (Jano Comics, 2019), De vampiros y otras criaturas oscuras (Jano Comics, 2020), Las hijas de Sedna (Jano Comics, 2020), Quetzalli (Jano Comics, 2020), Manos Horribles (Jano Comics, 2021), El fuego que Purifica (Jano Comics, 2022), Las Locas (Jano Comics, 2023) entre lo animalesco, el terror, lo fantástico, lo onírico y lo terrible. Estas obras fueron editadas por su sello propio además de haber participado en gran cantidad de fanzines y revistas. Como se puede notar, Dolores se siente cómoda en el aliento largo o breve, no interesa la extensión, sino la maestría que tiene para contar sus historias con una impronta gráfica oscura y efectiva. Sus imágenes impactan y cada página con sus fuertes negros es un espacio de oscuridad y luminosidad para quedarse observando cada expresión de sus personajes, cada gestualidad que habla más que la palabra, haciendo un uso más que celebrable en cuanto al principal medio de la historieta: lo visual.
AVISO: En este artículo me explayo sobre mi impresión y sensaciones sobre la obra, por lo que, si no la leíste, y querés que te atrape sin spoilers, te recomiendo que leas la reseña de Maximiliano Britos: “La señora del 5to C” de Dolores Alcatena en la página de El legado de Orfeo (acá mismo pero en otro lado). Sigo.
La señora del 5°C es un recorrido tan triste como hermoso por la infancia, la madurez, la muerte y el duelo. Todas marcadas por una nostalgia de la fiesta, las pequeñas tradiciones diarias y la compañía en el momento justo.

La protagonista es una joven a la que vemos atravesar por la infancia, en la que ella, con sus amigos del edificio, iba a saludar a la señora Juana en sus sucesivos cumpleaños. No eran invitados pero sabían que los recibiría con las puertas abiertas para juegos como las escondidas, la mancha, una bondadosa alfombra lista para ser manchada y la generala. La señora Juana sabía abrazar con calidez a los niños y les permitía ese día de fiesta que da cuenta también de su propia soledad. No vemos que haya otros visitantes, no aparecen familiares ni adultos en escena. Su vejez evidente en los dibujos de Dolores Alcatena que puede llevarnos a aquellos adultos “olvidados” es caracterizada por una alegría compartida con estos pequeños personajes que le dan otro espíritu a esta fecha, ya que era importante para ella pero quizá más para ellos que serían recibidos y cobijados en su departamento.
En una entrevista con Iván Lomsacov, la autora contó:
“Está basada en una señora real. Juana vivía en el departamento de arriba de mi abuela, en la Boca. Mi madre me contó que cuando ella era chica, cada año Juana invitaba a todos los nenes del edificio por su propio cumpleaños y jugaban y comían cosas ricas toda la tarde […] Siempre me pareció una anécdota extremadamente dulce, esa clase de historias que deben perdurar de alguna manera, espacios de sosiego a los que retornar”.
Me resulta precioso cómo esta anécdota va a reunir a los personajes de madre e hija con el hilo conductor de esta vecina que las reúne en las historias de los juegos y unos caramelos para nada “dulces”. Digo esto porque se ve marcado por la presencia de un probable “media hora” horripilante que servía de souvenir pero que siempre lo terminaba comiendo la madre, reaccionando asqueada.

La risa compañera ante ese evento estrecha lazos, crea rutinas y recuerdos que, con el paso de los años, van cambiando por otros, dando lugar a la nostalgia y la necesidad de revisitar el pasado.
La alegría de la visita al cumpleaños de la señora Juana se marca con una gestualidad corporal bailarina de la que podemos ver toda la secuencia en una misma viñeta:

Con su vestimenta especial de fiesta y su peinado prolijísimo hecho por su madre, se nota que la niña corre, camina, salta, baila, disfruta y se apura para llegar a la cima de la felicidad en ese edificio en el que habitan familias con pequeños que se unen cómplices para apropiarse del departamento de la señora Juana bajo su mirada cariñosa.
El único juego en el que la vecina era espectadora era la mancha, en el resto, participaba cómplice y protagonista, disfrutando de las risas de los niños, su adrenalina y visita esperada aunque con invitación implícita. Es común el uso del blanco y negro en el trabajo de la autora y según ella, esto se debe, como se lo explicó a Edu Benítez en marzo del 2023 para el portal Indie Hoy:
Blanco y negro es mi forma favorita de dibujar. A mi parecer, suma mucha teatralidad y clima a las historias. Creo que el mundo del blanco y negro es el que vemos cuando entrecerramos los ojos, las cosas pierden nitidez, lo duro se hace más duro, y lo suave se hace más terso aún. Las lágrimas son más calientes, y los abrazos reconfortan. La noche es el negro más tenebroso, y la mañana es el blanco de la promesa.
El negro y el blanco, sirven de un gran método para el terror, género en el que Dolores Alcatena se mueve sin dificultades pero, en este caso, incita drama, felicidad y tristeza con sus juegos de luminosidad. Como podemos ver en la página que sigue, cuando la nena crece su madre ve su auto partir hacia la luz, lo que solemos considerar por un convenio social y visual que significa la oportunidad, el progreso y el futuro. Pero, aunque eso puede haber pasado en muchas instancias, también es verdad que además de mudarse, se casa para luego iniciar los trámites de divorcio. Entre esos momentos la marca de tiempo se presente simplemente con una división entre paneles entre la primera y la segunda viñeta, cuando ella vuelve para encontrarse con un panorama oscuro, en el mismo lugar desde el que partió, para encontrarse con su vieja casa y su madre enferma.

Con los años, según esta experiencia, aparece el dolor. La fiesta, el cumpleaños ajeno pero propio, parece terminar ante la muerte inminente de la madre quien va perdiendo la memoria pero recuerda los cumpleaños de la señora Juana y, por lo tanto, los momentos de felicidad de su hija y los disfrutados por ella también como consecuencia.

La historieta es cruda y cruel, pero da respiros. En este momento, la chica decide esconderse en un espacio onírico en el que las celebraciones aún suceden y su madre no está por morir.

Me gusta mucho que se repita una secuencia de acción pero que cambie la representación. El rostro de la niña adulta está demacrado y triste. Necesita un escape, aunque sea por un rato y la imagen de esa vecina tan lúcida se lo da. Le permite volver a otros años, vivir un momento de alegría antes de la catástrofe. Cambia la sonrisa de la muchacha por el gesto cabizbajo, el vestido por la ropa de entrecasa, las trenzas con moño por el pelo corto y desarreglado. La presentación de la señora Juana, en ambas páginas que son su primera aparición en los años de juventud y, posteriormente, en los de madurez de la protagonista, tienen lugar en una disposición típica del terror con su superioridad de altura que la hacen enorme y amenazante. Al principio, puede parecer que la pequeña está por incursionar en un lugar de pesadillas pero Alcatena logra romper con nuestro horizonte de expectativas y darnos un festín de juegos y correrías. Y ya nos adelanta esto cuando vemos que, de fondo, la mujer tiene un espacio blanco de la promesa. En la segunda ocasión, la cara de la señora, ahora en un plano detalle, parece hasta aterradora en su apariencia fantasmal, pero es ese espíritu el que brindará un refugio de la realidad para devolverla a la fiesta de antaño. Es un momento del duelo de la negación y se da la oportunidad de hacerlo porque es necesario para procesar lo que vendrá.

Llegan las siete de la tarde y es la primera vez que la nena llora. En la viñeta central, puede verse lo diminuta que es al lado de un sujeto ya milenario y la luz que la acompaña en contraposición de la oscuridad a la que nuestro personaje debe volver. El último panel tiene un primerísimo primer plano oscuro de su antigua vecina tenemos con un rostro lleno de sabiduría y compasión que le da el único instante de contención que tendrá la chica. Tuvo que volver al pasado para encontrar calidez y la esperanza de que todo podría estar bien.
Cuando regresa al departamento de su madre y descubre que ha fallecido, vemos una perfectamente elaboradas pero desgarradoras viñetas en las que se llevan a ese ser amado en una bolsa negra. Pero, también, se da la frialdad de quienes le preguntan si los seguirá en el camino o si sabe la dirección. No hay ningún abrazo ni palabra de aliento, no hay humanidad más allá de ese ser imaginario que es la señora Juana. Pienso y elijo creer que cuando la madre le recuerda que es el cumpleaños de la anciana se lo dice para llevarla al ayer, a los días de compinches en los que se reían de los caramelos feos y compartían las aventuras de ese festejo. Y evitarle, de esa manera tan amorosa, que hay algo después del dolor y la pérdida, puede, aún, haber un mañana juntas, pero de otra manera: en la remembranza.
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Pongo la última página de la historieta y una comparación de recuadros que provocan un diálogo y una risa de despedida y reencuentro. El caramelo, como venido del Más Allá, para otorgarle la gestualidad de su madre al probarlo y atesorar ese recuerdo juntas en una regocijo que les perteneció y seguirá perteneciendo a ambas. El caramelo es un símbolo del amor entre madre e hija que traspasa el tiempo y el espacio.
Así como muchos guardamos fotos, pasajes de colectivo, y pequeños objetos de quienes queremos evocar, Dolores Alcatena nos dice también que podemos hacerlo con los sentidos. En este caso particular, con el gusto. Podemos saborear una experiencia, vivenciarla, volver a ese tiempo de unión y sonreír. También nos incita a lo discursivo, a esos chistes internos, a ese código de lo familiar: “Uf… Esto es un asco” significa mucho más que una golosina vomitiva, le da sentido a la ausencia y la vuelve presencia en nuestras bocas.