“Caveman” de Tayyar Ozkan
El mundo del cómic es un nicho vasto e infinito, y dentro de ese nicho existen subsuelos mucho más profundos de lo que imaginamos, con rincones inexplorados y poco divulgados. Lugares remotos donde jamás sospecharíamos que hay una escena viva, latente y con historia. Uno de esos subsuelos se encuentra en Turquía, país islámico donde uno podría pensar que no existe el cómic ni la caricatura, por la influencia y el control de la religión tanto en la circulación de contenidos como en la vida cotidiana. Con decir que mucho de lo que se publica en el under turco, en otros países islámicos podría ser penado hasta con la muerte. Pero hete aquí que sus controles son más laxos, lo que da lugar a una producción local importante dirigida al consumo interno, donde no se escatima en humor grotesco, sexual y políticamente incorrecto. Sí: Turquía tiene su Gustavo Sala, su Robert Crumb, su Evan Dorkin.

De ahí surge Tayyar Ozkan, un artista nacido en 1962 que, muy joven —antes de cumplir veinte— ya se mostraba en fanzines, tiras diarias, ilustraciones y caricaturas. No es historietista a tiempo completo; trabaja como diseñador gráfico y textil para reconocidas marcas internacionales de moda. En 1989 se muda a Estados Unidos por este trabajo, y en 1993 comienza a publicar —y hasta el día de hoy lo sigue haciendo— ni más ni menos que en la revista Heavy Metal, con una creación ya consolidada en su país natal: Caveman. Publicar allí en los 90 no era cualquier cosa: Heavy Metal era la vidriera global del cómic adulto, fantástico y experimental, y estar presente significaba entrar en la élite internacional del medio.
La estructura de sus historias suele repetirse: relatos mudos de dos páginas en los que Caveman —que no es un personaje fijo, sino un cavernícola genérico— aparece en una situación prehistórica, para que en la segunda hoja un dibujo de media página contraste ese resultado con la actualidad, demostrando que el mundo no cambió tanto. El tono es irónico y crítico con la sociedad, reflejando que todo sigue igual o peor: consumismo, disputas ideológicas y religiosas, e incluso la cuestión ecológica. Así como antes se peleaban porque unos adoraban al sol y otros a la luna, hoy esas diferencias se trasladan a todo lo que pueda dividirnos: una humanidad siempre dispuesta a enfrentarse y polarizarse. No hay continuidad entre las historias ni personajes recurrentes. Ozkan también se muestra reacio al consumo de carne, exponiendo que matar animales —aunque sea para alimentarse— no deja de ser brutal y despiadado, en tiempos en que el veganismo no estaba tan presente como hoy.

Su incursión americana no se limita solo a Caveman. También trabajó para Vertigo como entintador en algunos números de The Dreaming, y participó con páginas completas en las antologías The Big Book Of… de Paradox Press, esa pequeña maravilla de sello subalterno que supo formar parte del paraguas de DC Comics. Bajo ese mismo sello dibujó La Pacífica, con guiones de Joel Rose y Amos Poe: una novela gráfica en tres tomitos en blanco y negro, a la vieja usanza de la extinta editorial, en formato 13×20 cm y casi cien páginas cada uno. Incluso en Eros Comix sacó una versión mucho más picante de Caveman, que en su versión original ya no escatima en desnudos ni escenas sexuales, bajo el nombre de Cavebang.

Su dibujo es como mezclar a Will Eisner y Miguel Brieva, dos autores también conocidos por su mirada irónica y ácida de la sociedad. Con mano exquisita para recrear animales, naturaleza y expresiones, Ozkan puede pasar de un zorro triste a una serpiente que ataca a una estampida de elefantes. Los cavernícolas casi no se diferencian entre sí salvo cuando la tira lo requiere para mostrar distintos clanes. Domina a la perfección los gestos y, cuando retrata la actualidad, lo hace con lujo de detalles, llenando la escena de complementos que enriquecen el cuadro y demostrando que puede crear una amplia variedad de rostros, algo que no desarrolla del mismo modo en las escenas del pasado. En esos cuadros de remate ambientados en el presente es cuando más recuerda a Brieva (¿o será que Brieva se parece a Ozkan?).
El libro que reseño, Caveman: Evolution, Heck!, es el primer recopilatorio para Norteamérica, en blanco y negro, con prólogo del enorme Sergio Aragonés, quien sin duda encontró méritos suficientes en el artista turco como para brindarle semejante honor. Aragonés, conocido por su humor rápido, gestual y absurdo, se parece a Ozkan en su capacidad de condensar ideas en un solo remate visual, y esa afinidad hace que el prólogo se sienta casi como una declaración de “hermandad” artística. Hoy te lo traigo a vos, que casi seguro no tenías puta idea de su existencia, y bien vale la pena un repaso a su obra.

Como punto crítico puedo marcar que, leído de corrido, la tira pierde un poco de impacto: se notan la repetición y las obsesiones de Ozkan. Sin embargo, publicadas de manera alternada en Heavy Metal, constituyen sin dudas un aporte valioso a esa enorme revista. Como indica el maestro Aragonés en el prólogo, cada tira es para pensarla, masticarla y darle su tiempo, para que madure y haga efecto esa mezcla de humor, ironía y denuncia que demuestra que, a pesar del paso del tiempo, el hombre sigue siendo el mismo: envidioso, hipócrita y con mala leche desde las cavernas hasta hoy.