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Dora Anotada parte 5
Dora Anotada, Parte 5: Amsel, Vogel, Hahn. Un minucioso análisis por la obra cumbre de Ignacio Minaverry.

Dora Anotada, parte 5: Amsel, Vogel, Hahn

Pasan los años, las revistas y las “novelas gráficas”, pero Dora queda.
Siempre presente en la discusión sobre cuál es la historieta argentina más importante del siglo XXI, la saga de Minaverry se distinguió inmediatamente por la fineza de su estilo gráfico y su capacidad de crear ficción atrapante de un ejercicio historiográfico que habla tanto más de nuestro presente que del pasado.
Palpitando el 15to aniversario de la publicación de su primer capítulo en Fierro, allá por noviembre de 2007, nos volvemos a sumergir en las (aún abiertas) aventuras de Dora para ofrecer una lectura complementaria. Una “Dora anotada” con datos, análisis, ideas, contextualización histórica, etc., que aspira a invitar a volver a disfrutar de la obra magna de Minaverry una y otra vez.

Una Dora trotamundos tras la pista de los tres titulares Nazis

A diferencia del largo compás de espera que medió entre el final de la serialización en Fierro y la primera “novela gráfica”, esta vez no hubo que desesperar demasiado para volver a reencontrarnos con Dora. Un año a la fecha de la aparición de Malenki Sukole (año y medio de su publicación en Francia), apareció en comiquerías y librerías el cuarto libro en la serie, llamado con nombre y apellido Dora 1964. Amsel, Vogel, Hahn. Al igual que en la ocasión previa, la edición fue un esfuerzo conjunto entre Hotel de las Ideas La Maroma.

Con 192 páginas, Amsel, Vogel, Hahn es por lejos el volumen más gordo de la serie. Y, sin embargo, es quizá del que menos tengo para decir. No porque sea malo, porque no hay malos libros de Dora. Sino porque, a diferencia de sus predecesores, entre las páginas de este tomo no encontramos nada narrativa ni artísticamente novedoso en relación a lo que vino antes. Como una personita que en un momento deja de pegar estirones y de buscar expresar su personalidad con los pines que pone en su mochila para convertirse, más o menos, en quien será el resto de su vida, Dora alcanza en este cuarto libro su edad madura. Tras una década de experimentación y búsqueda creativa, Minaverry parece estar queriendo decirnos que ésta de acá será la Dora que leeremos hasta el final.

La portada de Dora 1964. Amsel, Vogel, Hahn.

Al igual que aquel primer libro editado por Común, que recordemos reunía entre dos tapas las dos historias inaugurales publicadas en Fierro20874 y Rat-LineAmsel, Vogel, Hahn tiene la forma de una recopilación de aventuras. Esto, a pesar de no haber sido serializado antes en ninguna revista. La lectura esta ordenada por ese carácter antológico, con una Dora que, como la portada sugiere, se lanza en un viaje por distintas partes del globo en busca de información que los ayude a encarcelar a los titulares tres nazis.

La primera parada en el periplo, la ciudad finlandesa de Turku, donde vive Leo Fenik, testigo de los crímenes de guerra cometidos por Ludwig Amsel, nos ofrece además una pista acerca del libro en sí. Como revela una nota publicada en el sitio institucional del Instituto Iberoamericano de Finlandia, Minaverry creo esta historieta por pedido de dicha institución en conmemoración del centenario de la independencia del país de Europa del Norte un año antes de la publicación de Malenki Sukole. Es decir, el cuarto volumen de Dora es un rompecabezas armado a posteriori de que, por lo menos una de sus piezas, tomara forma. Un rompecabezas cuyo armado el mismo Minaverry admite, en el interesante dosier que armó Gonzalo Ruiz para la Comiqueando digital, fue “caótico”.

(Otra nota podríamos escribir sobre el impacto de la financiación escandinava en la historieta argentina reciente, gracias a la cual existen, por ejemplo, Rakas de Paula Andrade y Sadboi de Berliac).

El testimonio como un eje central de este libro y toda la serie.

Tanto en el capítulo sobre Amsel como en el siguiente, que lleva a la joven investigadora y a su colega Camille a Lieja, Bélgica para entrevistar a un sobreviviente del Holocausto, el eje de la historia es el testimonio. Un tema, el de la historia oral y la memoria viva de quienes vivieron (o en este caso, sufrieron) la Historia, que ha ido central lo largo de la serie. Dora, ahora integrada en el equipo de la abogada Beatrice Roubini, continúa haciendo su trabajo de detective e historiadora a la vez, en busca de reconstruir una verdad que, ulteriormente, debería servir para conseguir justicia.

En la última sección, en la cual vemos a la heroína viajar a Escocia en búsqueda del prófugo oficial de la Gestapo Kurt Hahn, Minaverry recupera algo del tono más aventurero de los episodios publicados en Fierro y de esa Dora espía que no fue. Junto con el investigador amateur Percy Adler, no solo lo tienen vigilado, sino que en la que probablemente es la secuencia más orientada a la acción de toda la serie, le salva la vida de morir envenenado a bordo de un ferry a manos del cazarrecompensas Tom Crane, quien hace un inesperado retorno. Porque como también hemos discutido en entregas anteriores de esta columna, la justicia que busca la joven investigadora no es la venganza de las películas de acción republicanas de tiros, sino la de la Historia con mayúscula, la de las instituciones, los juicios y la verdad.

Entre caso y caso, Minaverry por suerte nos invita unos intervalos donde podemos pispear un poco como sigue la vida allá en Francia. Digo por suerte porque en esta relectura terminé por encariñarme con la banda de Bobigny, y la verdad que extraño a las chicas cuando no aparecen. Está Geneviève, quien aquí vemos da sus primeros pasos en el mundo del cine, y también Odile, alejada de su familia y completamente proletarizada (¿Dónde quedaron sus sueños de estudiar?). Si ellas no son a esta altura el corazón de la serie, se acercan bastante a serlo.

Aunque ya no viven en Bobigny, Odile, Dora y Geneviève siguen siendo inseparables.

En este sentido, la estructura bipartita del libro, organizado en capítulos centrales con nombre propio centrados en el trabajo de investigación, y pequeñas viñetas acerca de las mujeres con las que comparte su vida, es sintomática de la división que parte al medio tanto a Dora la persona, como a Dora la serie. Recordemos que cuando abrió esa otra arista en la vida de su protagonista con El año próximo en Bobigny, Minaverry se sintió tan desorientado ante el abanico de opciones narrativas que se presentaban ante él que abandonó su primer éxito por más de un lustro.

Lejos estoy yo de saber la respuesta a este interrogante narrativo, pero de lo que si estoy seguro es que la mejor versión de esta historieta es aquella que logra maridar con éxito la dura y bien documentada trama de la caza de nazis con la ternura de la relación entre Dora y Geneviève, o el drama del embarazo no deseado de Odile. En términos grandilocuentes, porque la Historia siempre está mejor contada cuando se puede sentir el calor de la gente que la encarnó. Pero, quizás más simple, porque como dije arriba ya aprendimos a quererlas y queremos saber que fue de ellas.

He destacado a lo largo de esta relectura que un aspecto distintivo de la serie de Minaverry es justamente ser una serie, una historia abierta y continuada en tiempos de novela gráfica. Una de las razones por la cual la serialización siempre fue una parte integral al medio, y la cultura masiva toda, es que nos gusta que nos presenten a personajes ficcionales y que nos inviten a ser testigos de sus vidas. O, dicho de otra manera, nos gusta vivir la nuestra a la par de las suyas. Por eso el público masivo elige ver secuelas, sintoniza la telenovela cada día y, aunque la historieta argentina se ha reconvertido en un sentido opuesto, lo que más sigue vendiendo y moviendo lectores es el hiperserializado manga, aquel que fue tan formativo para el por entonces jovencísimo Ignacio Rodríguez.

Entre el sueño y la vigilia, la psicodélia y las líneas rectas.

Donde seguro que Minaverry no se muestra dubitativo en Amsel, Vogel, Hahn es en el arte. Claramente el laburo de un historietista maduro, con muchas armas en su caja de herramientas, podemos encontrar acá tanto la pasión geométrica por reconstruir fidedignamente ciudades europeas de a viñetas, al trazo más suelto y psicodélico desplegada para poner sobre el papel la psiquis de sus personajes. Acá sí que está lograda una síntesis entre la factualidad de las líneas rectas expresionistas que distinguieron a Dora desde su comienzo y la sinuosa subjetividad onírica que debutó en Malenki Sukole, agregando toda una nueva gama de texturas al relato gráfico.

¿Dónde quedamos al final de Amsel, Vogel, Hahn? Pues Dora vuelve a Francia sobre finales de 1964 con un regalo equivocado para Geneviève, quien la besa igual, y claro, los nazis siguen sueltos. Si bien este es el anteúltimo libro, no sabemos qué pasa más allá porque, como veremos en la próxima, y por ahora final, entrega de esta columna, el volumen siguiente actúa como un paso atrás que nos lleva de nuevo al comienzo de la década de los sesenta.

En este sentido, quizás la pregunta más importante sería hacia dónde va Dora ¿Tiene Minaverry un gran plan que está en marcha? ¿Ya eligió un hecho histórico hacia el cual converge la serie, por ejemplo, el “mayo francés” de 1968? ¿O el historietista va haciendo la historia al andar? ¿Dónde las encontrará el verano hippie del amor del sesenta y siete a Odile y Geneviève? No lo sé, y los ritmos de serialización de la novela gráfica contemporánea indican que no lo sabremos por un buen rato tampoco. Lo que es seguro es que quiero saberlo.

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