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Dora Anotada, parte 7: La Ciudad Muda.. Un minucioso análisis por la obra cumbre de Ignacio Minaverry.

Dora Anotada, parte 7: La Ciudad Muda

Pasan los años, las revistas y las “novelas gráficas”, pero Dora queda.
Siempre presente en la discusión sobre cuál es la historieta argentina más importante del siglo XXI, la saga de Minaverry se distinguió inmediatamente por la fineza de su estilo gráfico y su capacidad de crear ficción atrapante de un ejercicio historiográfico que habla tanto más de nuestro presente que del pasado.
Palpitando el 15to aniversario de la publicación de su primer capítulo en Fierro, allá por noviembre de 2007, nos volvemos a sumergir en las (aún abiertas) aventuras de Dora para ofrecer una lectura complementaria. Una “Dora anotada” con datos, análisis, ideas, contextualización histórica, etc., que aspira a invitar a volver a disfrutar de la obra magna de Minaverry una y otra vez.

Bien que se hizo esperar. Tras su regreso con Malenki Sukole en 2018, nunca habíamos llegado a extrañar demasiado a Dora. En una rápida sucesión, al año siguiente se publicó Amsel, Vogel, Hahn y, promediando 2020, comenzó la serialización de Beit Mishpat. La Ciudad Muda aparece recién cuatro años después, nuevamente de la mano de Hotel de las Ideas. Aunque como con los amigos de toda la vida, y ya es una vida que compartimos con ella, no importa cuanto tiempo haya pasado sin vernos porque el reencuentro nos transporta al mismo punto donde quedamos la vez pasada. Dentro de la historia, sin embargo, solo han transcurrido los suficientes meses para adentrarnos en 1965. Así, tras el mayor salto inicial entre 20874 y Rat-Line, y sin contar el “flashback” coral de Beit Mishpat, la narración de Minaverry parece haber decantado el ritmo de un libro, un año en la vida de la joven investigadora (para los despistados, la secuencia viene siendo 1959, 1961, 1962, 1963/4, 1964, 1961, y ahora 1965).

La edición de una suerte de integral bajo el nombre 1959-1962, que recupera las aventuras discontinuadas por Común y las repone dentro del catálogo de Hotel, me ha puesto a pensar en la cronología. Debido a la rigurosa ambientación y su incorporación de eventos reales como mojones dentro de la narrativa, el tiempo histórico siempre ha sido importante para la serie. Tanto así que, a falta de numeración en los lomos, son los año impresos en la tapa que hacen la veces de guía de lectura. Ahora, me vuelvo a preguntar si podrá haber allí pistas también para pensar la historia de la protagonista misma. En una entrega anterior de Dora Anotada, me preguntaba “¿Tiene Minaverry un gran plan que está en marcha? ¿Ya eligió un hecho histórico hacia el cual converge la serie, por ejemplo, el “mayo francés” de 1968? […] ¿Dónde las encontrará el verano hippie del amor del sesenta y siete a Odile y Geneviève?”. Para resolver los primeros interrogantes habrá que seguir leyendo. Para la última, nos encontramos ahora con una inesperada respuesta.

Dejando los números de lado, lo primero que pensé tras terminar de leer La Ciudad Muda fue que se siente como una secuela de El año próximo en Bobigny. En una entrevista realizada por Gonzalo Ruiz en Oficio al Medio, Minaverry lo confirma, al afirmar que este libro se “parece” a ese otro en cuanto es una “historia más de personajes que de trama”. ¿Qué personajes? Dora y Geneviève, cuyo floreciente romance había empezado justamente en aquel barrio periférico de París. Mas tres años han pasado dentro de la historia desde esa primera noche sobre una manta escocesa rojo y blanco (más de una década aquí afuera), y por eso el historietista siente que se debía dedicarle una novela gráfica entera a su relación. La Ciudad Muda también se presenta como un regreso a la narración de mayor aliento tras que los últimos dos tomos fueran, por necesidad o por diseño, armados como rompecabezas a partir de relatos más cortos y dispersos.

En lo que estoy en desacuerdo con Minaverry es en que este sea un “libro más tranquilo”. Solo porque la procesión vaya por adentro no quiere decir que sea menos tremenda. La historieta comienza mostrándonos la cotidianidad de Dora y Geneviève en Francia, y recordándonos a los lectores porque las queremos tanto. Uno de los mayores fuertes de La Ciudad Muda es como logra poner en la página la intimidad de su relación. Si, lo hace con escenas de sexo (quizás sea la entrega de serie con más piel), pero aún más con pequeños episodios que capturan el mundo privado que solo ellas dos habitan. El artista despliega un gran uso del close-up, haciendo zoom con la “cámara” de su lápiz y poniendo dentro de las viñetas apenas recortes de sus rostros y cuerpos mientras sostienen diálogos íntimos de alcoba. Si nos duele el golpe del final, abierto pero contundente, es porque antes nos ablandó con ternura.

Si El año próximo en Bobigny fue Antes del Amanecer, La Ciudad Muda es Antes de la Medianoche. Mas aquí no una gran explosión, una discusión teatral que escenifique todas las cuitas y rencores acumulados a lo largo de los años. El fin de Dora y Geneviève más bien va madurando como una lenta realización de que la una puede dar no es lo que la otra necesita (o, mejor dicho, piensa que necesita). Su relación también gana contraste gracias a una visita a un bar de lesbianas en Roma, ciudad que hace de telón de fondo a buena parte del libro. Si bien la orientación sexual de la protagonista ha sido una parte integral de la historia casi desde su comienzo, Minaverry nunca había explorado el mundo y la sociabilidad gay en tiempos en los que era aún menos aceptada que hoy día. Me hizo recordar cuando hice trabajo de archivo para una profesora que investigaba el breve período durante el cual el divorcio fue legal en Argentina en los años cincuenta, y aprendí que en esa época se decía que la esposa jugaba al basket como eufemismo de que el causal era su homosexualidad, debido a la asociación entre ese deporte y el lesbianismo.

La otra razón por la cual nos duele el final, además de estar bien contado, es porque las conocemos desde hace mucho y las queremos a las dos. Ya en alguna entrega previa de Dora Anotada había recalado en el debate “personajes sí, personajes no” que signa a la historieta argentina en el siglo XXI, así que no volveré demasiado sobre el tema. Solo agregaré que en La Ciudad Muda vemos en acción la potencia de la serialización, de historias contadas a lo largo del tiempo. Los golpes narrativos, sea que Dora y Geneviève se separen o que Nippur se quede tuerto de un flechazo, cargan una fuerza relativamente proporcional a la cantidad de tiempo que pasamos con esos personajes. Es la misma diferencia que separa que te cuenten que le pasó una desgracia a un desconocido, a que te cuenten que el damnificado es tu pariente. Simplemente duele más.

La novela gráfica, y particularmente la historieta de tesis, que parece más interesada en remarcar un punto sociológico o historiográfico que en contar una historia, peca muchas veces de perder esto de vista. Claro que es más fácil construir ese vínculo con el lector a lo largo del tiempo. De allí la potencia de historias intensamente serializadas, como el manga mainstream, los superhéroes estadounidenses o, saliendo del medio, la telenovela. Como en cualquier relación, uno se va encariñando in crescendo. Si pasas suficiente tiempo con ellos, hasta desarrollás un vínculo con los aquellos personajes que se supone no deberían ser objeto tu afecto, como los villanos.

En este sentido, y casi sin que nos demos cuenta, La Ciudad Muda es un pequeño triunfo porque, después de casi diecisiete años de serialización, todos los grandes temas y conflictos de la saga de Dora confluyen en una historia que no solo los aúna, sino que los hace carne. Si, la historia con mayúscula está presente en el trasfondo de la masacre de las Fosas Ardeatinas. Un episodio histórico que tengo muy presente porque fue investigado por el italiano Alessandro Portelli, alguien con muchos lazos con la academia argentina, y cuyo trabajo pueden leer acá. Pero el pasado traumático también aparece encarnado en la negativa de Geneviève de reencontrarse con su tío, único familiar sobreviviente al exterminio que los nazis infligieron sobre los gitanos en Europa.

Por otro lado, Dora no puede hacerse con el valor para contarle a su madre de su relación con Geneviève. Lo cual no solo suma presión sobre la desgastada pareja, sino que (re)introduce al conflicto principal una linea argumental que podía parecer descolgada. Razón por la cual algunos veían a El año próximo en Bobigny como un desvío del camino principal. Lo que las separa a ellas, lo que ulteriormente las hará seguir cada una por su lado, son conflicto que venían cocinándose a fuego lento en la historieta desde hace años. El corto cameo sobre el final de Arnold Moser, a quien conocimos en Amsel, Vogel, Hahn parece querer dejar en claro que tanto la trama del horror nazi como la historia más intima de la realización de Dora sobre su orientación sexual están profundamente relacionadas (porque lo están).

En vistas al futuro, la madre de la protagonista, Matilde Benzaquen, a quien conocimos finalmente en Beit Mishpat, se aparece cada vez más como alguien que será decisivo en el desarrollo de Dora como personaje. La relación entre madres e hijas es una fuente de conflicto narrativo muy potente (como probó recientemente, por ejemplo, La Madriguera de Femimutancia), y no me cabe duda que esa tensión que está creciendo en el trasfondo de la historia eventualmente tendrá su clímax dramático.

Como nos tiene acostumbrados, la época y la ciudad son otro personaje más en manos de Minaverry. Como mencioné arriba, en esta oportunidad le toca a la milenaria Roma a mediados de los sesenta, habitada por los fantasmas de la Segunda Guerra Mundial que Dora imagina deambulando en las calles por las que pasea. Una locación central a la historia son los estudios Cinecittá donde trabaja Geneviève, aún hoy los más grandes de Europa, y sede de la filmación de clásicos del cine tanto de maestros italianos como Fellini o Leone, como de Hollywood, incluyendo Cleopatra y Ben-Hur. Siempre en el trasfondo al drama romántico de las protagonistas, la subtrama del filmación está tan bien documentada como cualquier otro rincón del pasado por el que nos lleva Minaverry, incluyendo el abuso de poder que ejercen directores y productores sobre mujeres que sueñan con ser la próxima Sofía Loren. Si bien administrado en medidas dosis, hay también lindos ejemplos de ilustración mecánica, como autos, motos y un tren espectacular. Lo que me lleva irremediablemente a preguntarme, ¿Para cuándo más Mikrosha?

Si bien en el departamento gráfico no parece haber nada nuevo que salte a la vista, al volver a repasar las entregas anteriores de Dora Anotada en preparación para este texto noté cuanto ha cambiado la heroína desde 20874. Lejos de esos primeros trazos, aquí Minaverry aparece como un artista que no solo está en total control de la narración, sino que cuenta con todo un repertorio visual propio de la serie al que recurrir. Por ejemplo, al ilustrar la lectura de la carta enviada por Lotte vuelve al estilo más psicodélico introducido en Malenki Sukole. El collage de documentos históricos como posters de cine, las texturas utilizadas para resaltar el “viaje” de Dora tras fumar marihuana, las viñetas flotantes sobre un mar de blanco cuando las protagonistas tienen sexo. Todo el arsenal es puesto a disposición del relato en estas páginas. Un detalle que creo no haber mencionado antes son los pequeños gags usados con gran efecto. Por ejemplo, la vecina horrorizada al ver un beso de ellas dos. La saga dista de ser una comedia, y quizás por eso este es un aspecto que suele pasarse por alto a la hora de escribir sobre ella, pero no por eso dejan de ser destacables.

Al final, Dora ensaya su discurso sobre como no existen las ciudades mudas (¡Lo dijo! ¡Dijo el titulo del libro!), pero no escucha el llanto de Geneviève, su resolución. Una de esas decisiones que uno toma para sus adentros, y no pueden luego deshacerse aunque aún no las hayas dicho en voz alta a nadie más. Estos personajes son bidimensionales por su naturaleza de papel y tinta, y sin embargo, aquí expresan una vida interior que revela una profundidad que desafía la página chata.

Con esta nota amarga, según el autor cuenta a Oficio al Medio, termina “la segunda etapa” de la saga Dora, abierta con “Malenki Sukole”. También revela allí que está trabajando en la continuación, tentativamente llamada Punch Cards, el cual “empieza a finales de 1965 y continúa la historia de Vogel, que ahora vive en EEUU y trabaja en la planta impresora de tarjetas IBM”. Lo cual me deja más tranquilo que esta vez no habrá que esperar más de un lustro entre etapas de la serie, ni entre entregas de Dora Anotada.

También podés leer:

Dora Anotada, parte 1: 20874
Dora Anotada, parte 2: Rat-Line
Dora Anotada, parte 3: El año próximo en Bobigny
Dora Anotada, parte 4: Malenki Sukole
Dora anotada, parte 5: Amsel, Vogel, Hahn
Dora anotada, parte 6: Beit Mishpat
Ignacio Minaverry: Toda historieta es política

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