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Por una cuestión de las que hacen a la conformación de nuestra identidad cultural, constantemente redefinida por nuevos sustratos inmigratorios, los argentinos le decimos “gallego” a cualquier español. Pero Miguelanxo Prado es gallego en serio, de Galicia, de La Coruña más específicamente.
Nació en 1958 y, a los veinte años, mientras cursaba arquitectura, un compañero le presta un montón de revistas que lo hacen descubrir a los grandes autores de la época: Pratt, Toppi, Muñoz y Sampayo, Moebius, Bilal…
Se da cuenta entonces de que la historieta había evolucionado en algo muy diferente de lo que él conoció de niño y que podía ser un vehículo para expresar su sensibilidad creativa.
La historia no registra el nombre de ese compañero anónimo que le prestó las revistas pero creo que todos le debemos mucho a ese héroe anónimo.

La ciencia ficción: Fragmentos de la Enciclopedia Délfica y Stratos

En realidad, siempre hay pequeñas obras primerizas. En el caso de Prado, hay un número del fanzine Xofre y unas tiras diarias que se publicaron en el periódico La Voz de Galicia entre 1980 y 1981 y actualmente están reeditadas en el álbum Los Compañeros: La Orden de Piedra. Pero su entrada en el medio puede situarse cuando le vende su primera historia corta a Toutain. Se trató de la lovecraftiana “Mar de tinieblas” que fue publicada en Creepy.
Le siguen unas pocas historias cortas hasta que el editor, ya confiado en la solvencia del joven artista, le encarga en 1983 su primera serie regular: Fragmentos de la Enciclopedia Délfica.

El propio autor explicará que la elección del género estaba dado por las publicaciones disponibles. Por entonces Toutain era el único editor que se interesaba por su obra y solo publicaba la revista Creepy y la 1984. Así que, entre el terror y la ciencia ficción, Miguel se inclinó por la segunda.

Fragmentos de la Enciclopedia Délfica se compone de siete relatos futuristas, distópicos, autoconclusivos y más o menos conectados entre sí. Un formato que estaba de moda en la época y que nos recuerda a Cuestión de Tiempo de Juan Giménez o Ficcionario de Horacio Altuna.

Pero la serie no se quedó en la reproducción de los estereotipos más fáciles del género sino que se propuso un objetivo tremendamente ambicioso: describir en esas siete historias diferentes instancias de la evolución del ser humano, desde el futuro más cercano hasta el año 10.000.
Acá empezamos a ver algunas de las obsesiones del autor que se volverán tópicos en su obra como la opresión de la sociedad sobre el individuo o la forma en la que nuestros hábitos se ven constantemente alterados por el avance tecnológico.

Como siempre pasa en el género, las historias que se cuentan pueden ocurrir en el contexto más lejano y fantástico pero siempre hablan sobre nuestra realidad y los problemas de la sociedad actual: la discriminación, la soledad, la cosificación del otro, el fanatismo, la convivencia con nuestro ambiente, nuestros miedos… En fin, las cosas que nos hacen humanos y también las que nos deshumanizan.
Párrafo aparte merece “Miserere Nobis”, mi capítulo favorito, que perfectamente podría haberlo escrito Borges, ambientarlo en Río Grande do Sul durante el siglo XIX y titularlo “El muerto”.

Desde el punto de vista del dibujo, la serie tiene un blanco y negro con un uso muy clásico de los grises en el que ya se observa la presencia de una técnica húmeda (seguramente aguada) y una seca (probablemente lápiz o grafito esparcido). Es sutil pero notable una evolución que va de un mayor realismo, en los primeros capítulos, a un nivel de deformación caricaturesca cada vez más marcado. Si bien hay alguna trama que recuerda a Moebius, la influencia más visible es la de Richard Corben.
Como nota de color puramente anecdótica, entre sus múltiples ediciones, la revista Hora Cero de Ediciones de la Urraca llegó a publicar en Argentina los dos primeros capítulos antes de desaparecer en noviembre de 1990.

La obra fue muy bien recibida por el público y la crítica y representó la entrada del autor por la puerta grande del medio. Esto determinó que Toutain redoblara la apuesta y le encargara a Miguelanxo una nueva serie de similares características: episodios autoconclusivos dentro del género de Ciencia Ficción.
La serie se tituló Stratos (1984-85) y se publicó en Zona84 pero la evolución del estilo del artista, que abandonó los grises, exacerbó la caricaturización y la semejanza con el Corben más under, no satisfizo para nada al editor.

Esto dio lugar al próximo salto en su carrera.

Posmodernidad con humor: Crónica Incongruentes y Quotidianía Delirante

Justo en ese momento, Toutain había lanzado la revista Comix Internacional que, a diferencia de las dos anteriores, no estaba atada a un género determinado. Surge entonces la posibilidad de una nueva serie más orientada al humor costumbrista y, lo que es fundamental para la evolución gráfica del autor, a todo color.
El título será Crónicas Incongruentes (1985-86) y se compondrá de siete historias de entre seis y ocho páginas en las que se abordan diferentes situaciones de la vida cotidiana con algo de humor, algo de crítica social y mucho de exageración.

Si he de ser sincero, este grupo de historias son las que menos me gustan. Me resultan muy obvias en su intención y repetitivas en sus recursos. La posmodernidad es un disparate donde todos los valores están invertidos. Por eso, el que hace las cosas bien siempre termina mal y viceversa. Los principales focos de las críticas son las instituciones públicas y gubernamentales, seguidos por los grupos ecologistas y los fanáticos del deporte. Narrativamente, suele plantearse un crecimiento cada vez más agudizado en los niveles del conflicto que termina en una desborde de violencia, siempre cuidada para evitar el gore.
No obstante, mi principal objeción con estos guiones no viene por la repetición de tópicos y recursos sino porque no acaban de resultarme graciosos y, sin eso, la crítica parece simplemente reaccionaria.
Lo que resulta innegable es que en estas páginas Miguelanxo se luce como en ninguna de sus obras anteriores. Le baja un cambio a la caricaturización de la anatomía humana pero se lo sube a las licencias respecto a las perspectivas, introduciendo recursos heredados del cubismo y hasta del surrealismo. Los ojos se desalínean, las líneas rectas de calles y edificios se vuelven curvas y sinuosas y, sobre todo, estalla en un uso del color increíble, personal y único. Si bien todavía se maneja dentro de una paleta muy sobria de colores quebrados como si aplicara las acuarelas sobre una grisalla de fondo, ya se perfila como uno de lo pintores más virtuosos del cómic mundial.


Esta fue la primera serie del autor publicada en el extranjero (nada menos que en la Metal Hurlant) pero Toutain que era un hombre de gustos clásicos la odió y se negó a recopilarla en álbum por lo que fue la primera en ser publicada por Norma en el nº 6 de su Colección Pandora.
Tras la ruptura con Toutain, Prado pasó a publicar sus siguientes relatos en El Jueves. Se trata de otra serie costumbrista de historias cortas que llevará por título genérico Quotidianía Delirante y que será serializada entre 1986 y 1989.
Acá (si bien repite muchas de sus temáticas y estructuras) sí que se alcanza un efecto cómico efectivo y contundente. Si bien la exageración seguirá siendo uno de los recursos humorísticos fundamentales, se vuelve menos predominante y, de esta manera, deja más espacio para que las situaciones cotidianas resulten reconocibles. También cabe destacar la aparición de dos nuevos tópicos que aportarán algunas de las situaciones más graciosas: el contraste entre la vida urbana y la rural, y la revolución en las formas de vivir el erotismo y la sexualidad que ocurrió en España tras el fin del franquismo y que dieron en llamar el “destape”.
En el apartado visual, regresa la caricaturización que resalta el tono cómico y el uso del color se vuelve mucho más impactante y hasta, a veces, estridente. Ocurre que esta no es una serie como tal sino relatos independientes que no necesitan guardar una coherencia estética ni estilística. Por eso, Prado se siente mucho más libre para variar el estilo y los materiales en cada capítulo de acuerdo con sus ganas y con las necesidades de la historia que quiere contar en cada caso.
El resultado se beneficia muchísimo y supera con creces al album anterior. Fueron publicados en dos álbumes por El Jueves en su colección Pendones del Humor nº 40 y 66 y reeditados por Norma en la colección específicamente dedicada al autor. Ganó el premio al mejor libro humorístico en el Salón del Cómic de Barcelona en 1989.

Posmodernidad sin amor: Tangencias

Simultáneamente y de forma muy esporádica, Miguelanxo comienza a producir algunas historias cortas de tono más serio y estética más sobria que toman como eje las relaciones amorosas. Estas comenzarán a aparecer primero en los especiales anuales de Cimoc y después en la cabecera principal.

Cada historia presentará a una pareja (muchas veces serán los únicos personajes) hablando y, eventualmente, teniendo sexo. Siempre se tratará de una pareja con características muy particulares: gente de la alta sociedad, empresarios, políticos, artistas… siempre de un gran nivel cultural, muy progre y con una visión muy posmoderna sobre las relaciones. Igual, siempre va a ser una pareja heterosexual porque el siglo pasado éramos progres pero no TAN progres.

Son historias de amor pero más lo son de desamor. Hay algún reencuentro pero muchas más despedidas. El tono predominante es dramático pero más que nada es depresivo y se siente cargado por la angustia que generan las relaciones vacías en las que los sentimientos parecen no tener lugar.

Si tuviera que ser objetivo (y, afortunadamente, nadie me obliga) tendría que decir que, tal vez, leamos aquí los diálogos peor escritos del autor. Los personajes son afectados, teatrales y pronuncian largos monólogos llenos de reflexiones profundas sin que el interlocutor siquiera intente interrumpirlos durante páginas enteras.
Y sin embargo, estas son algunas de mis historias favoritas y las que más me conmovieron al momento de leerlas. ¿Cómo se explica esto? Ocurre que, aunque ahora lo compremos en un álbum, Tangencias no lo es. Es una recopilación de historias cortas producidas (y originalmente leídas) con meses y hasta años de diferencia.
Puestas entre dos tapas y leídas de corrido, se notan mucho más las repeticiones, los lugares comunes y se ven mucho más claros los hilos que amarran el relato. Pero en el formato de publicación para el que fueron pensadas, se disfrutaba cada viñeta al máximo.
Y todavía no hablé del dibujo. Porque si Prado encuentra en estas páginas su voz como autor de historieta adulta también da un paso enorme en la búsqueda de su estilo gráfico para este tipo de relatos. Los personajes son realistas pero estilizados, con cuerpos deseables pero muy reales y lejos de las exuberancias de la historieta erótica. Las paletas son aún más quebradas y desaturadas que en Crónicas Incongruentes pero se incorpora la técnica seca de los pasteles a la tiza que había usado en algunas historias de Quotidianía Delirante. Parece como si cada historia fuera monocromática, en la gama de los grises o los sepias y se les incorporaran luces y detalles de color con los pasteles. Nota aparte merece la elección de los soportes, con papeles de diferentes colores, tramas y hasta salpicados de base que le dan una impresión de puntillismo a cada escena y descompone las luces en pequeñas partículas.
Cada lector tendrá su periodo favorito del autor pero es innegable que en este título, Prado alcanza la cúspide de la sutileza y la elegancia.
Como una perlita agrego que “Demorado crepúsculo de octubre” y “Balada de saxo y neones” fueron publicadas originalmente en blanco y negro en Cimoc Especial nº6 y nº8 (1986 y 1988) y posteriormente recoloreadas para darle una mayor unidad estilística para la recopilación en álbum que recién llegó en 1995.

Ahora sí, nos ponemos de pie: Trazo de Tiza

Pero antes tengo que mencionar un libro en el que no voy a ahondar pero que resulta fundamental en la carrera del autor: Manuel Montano. El Manantial de la Noche. Se trata de una adaptación de los seriales radiofónicos creados por Fernando Luna sobre un detective algo poético y surrealista. Este es el primer (y casi único) intento que hace Prado de trabajar sobre guiones ajenos. Se fue publicando por entregas en Cairo en 1988 y posteriormente en A suivre. Finalmente, cuando Casterman lanza la edición en álbum, obtiene el premio en Angoulême en 1991.
Este reconocimiento fue el espaldarazo que el autor necesitaba para ponerlo en el candelero del mercado internacional. Tras él, tanto Norma en España como Casterman en Francia, le dieron carta blanca para crear lo que quisiera en su próximo álbum.
Aunque todos esperaban una nueva entrega de Manuel Montano, esto nunca ocurrió.

Prado se tomó un año entero para pensar, madurar y realizar su nuevo proyecto y el resultado fue un álbum de 62 páginas titulado Trazo de Tiza.

Muchos autores tienen una obra más reconocida y que representa su consagración definitiva pero creo que en pocos casos resulta tan notorio como en este.

Es claro haciendo el análisis cronológico de su obra que la mayoría de los elementos que componen este libro ya estaban presentes en trabajos anteriores. La combinación de paletas quebradas con la luminosidad estridente del pastel, el uso del papel de color como soporte (en estos casos azules y marrones), el minimalismo casi teatral en el escenario y en el reparto de personajes, las relaciones fallidas, frustradas e histéricas, los diálogos casi literarios… pero en esta oportunidad resulta innegable que esos elementos se conjugan en un resultado que es mucho más que la suma de las partes.
Tras una lectura superficial de Trazo de Tiza puede parecer un capítulo estirado de Tangencias. Una potencial relación amorosa que se adivina condenada al fracaso por la histeria posmoderna de los personajes… y poco más. Una lectura más atenta, devela que hay mucho más que eso porque esta pareja protagónica (finalmente, dos burgueses aburridos que navegan porque les sobra el tiempo y la plata) se ven contrapesados por otras dos parejas:
Sara y su hijo Dimas son personajes menos poéticos y rebuscados pero mucho más reales. Personajes simples, aferradas al trabajo y con los pies en la tierra. Con la paradoja de que “la tierra”, en este caso, es apenas un pequeño pedrusco en medio del océano. De alguna manera representan otra forma de vida más antigua y menos contaminada por la neurosis de la sociedad actual. Retoman, en ese sentido, el tópico que ya había aparecido en Quotidianía Delirante cuando veíamos el choque entre la vida urbana y la rural.

Tato y Berto, por su parte, representan otra contrapartida de la pareja protagónica. Muestran que la sociedad posmoderna además de unos imbéciles atrapados por su histeria y su neurosis también puede producir verdaderos monstruos.

A estos seis personajes se le suma otro auténtico protagonista que es el espacio. La isla, que es el marco por excelencia para el relato de aventuras pero también para la fantasía, ve en este caso exacerbado su carácter excepcional. Este es apenas un islote en medio del océano, no sale en los mapas pero tiene una fonda que, en palabras de su propietaria, “también es posada, taberna o tienda según haga falta” y un faro que no funciona.
Miguelanxo no oculta en las entrevistas de la época su fascinación por el realismo mágico, la influencia de La Invención de Morel y hasta incluye como epígrafe para la edición en álbum, el fragmento del diálogo entre Borges y Bioy en el que teorizaban sobre la posibilidad de escribir una novela en la que le mientan al lector pero este, si está lo suficientemente atento, logre completar la historia. Y no puedo decir más sin spoilear.

El libro fue un éxito rotundo. En 1994 ganó Mejor Obra en el Salón de Barcelona y el Alph-Art en Angoulême. Al año siguiente, la edición en inglés de NBM fue nominada al Harvey en la categoría de mejor obra extranjera y al Eisner en la categoría de mejor pintor.

Cosas de niños: Pedro y el Lobo y La mansión de los Pampín

Como ocurre con tantos autores, luego del gran éxito de público y crítica que significó Trazo de Tiza, Miguelanxo se tomó los próximos trabajos con mucha más calma. Con tanta calma se lo tomó que en los doce años siguientes solo dibujó el capítulo dedicado a Sueño en Sandman: Noches Eternas de Neil Gaiman, una adaptación del capítulo 64 de El Quijote para el proyecto colectivo Lanza en Astillero y los dos álbumes que vamos a reseñar en este subtítulo.
Pedro y el Lobo es una bella adaptación de la sinfonía escrita y musicalizada por el pianista ruso Sergei Prokofiev. No se trata, como cree mucha gente, del cuento tradicional del pastorcillo mentiroso sino de una obra estrenada en 1936 en el Teatro Central Infantil de Moscú.
Si en Trazo de Tiza la isla era casi otro protagonista, aquí lo es el bosque. Como en Trazo de Tiza predomina el uso del pastel pero aquí mucho más difuminado como si los bordes perdieran parcialmente su definición iluminados por la luz del recuerdo. La trama es simple y cargada de la inocencia de la literatura infantil pero la forma de traducir el relato a los códigos de la historieta y la resolución pictórica no dejan duda de que, aunque se trate de una obra menor, el artista puso todo su oficio y su talento al servicio de este breve álbum de apenas veintidós páginas.


Distinto es el caso de La mansión de los Pampín.
Este libro surge como parte del proyecto Terra Nostra impulsado por el Colegio Oficial de Arquitectos de Galicia. La idea era producir obras didácticas en diferentes formatos que pudieran introducir el tema de la arquitectura local en los programas escolares.
La premisa básica es que los Pampín, una familia tipo gallega, hereda la finca de la fallecida tía Isolina. Al llegar al lugar, Idalencio descubre que la hacienda no era tan grandiosa como él la recordaba de su infancia sino, más bien una casucha que casi se viene abajo. Ese disparador motiva lo que el propio autor describe como un largo episodio de Quotidianía Delirante, en el que los protagonistas evalúan las posibilidades de conservar la casa, refaccionarla, venderla o tirarla abajo mientras lidian con la absurda legislación provincial y los buitres del mercado inmobiliario.

El guion no está mal (ni bien) pero los dibujos son los peores en toda la carrera del artista. Adolecen de una simpleza que más que vocación de síntesis denota apuro y desgano. Son planos, desprolijos, inacabados, con un coloreado genérico y deslucido.
Estas páginas no parecen salidas del tablero de Miguelanxo Prado y es el único libro del autor que no recomiendo para nada.
Así como hemos visto que algunas veces un premio ayuda a consagrar a un autor que se lo viene mereciendo, también ocurre en otras ocasiones que el peso de un nombre muy prestigioso y reconocido hace que se premie una obra mediocre. Este fue el caso de La Mansión de los Pampín que obtuvo el galardón del Salón de Barcelona en la categoría de mejor guion en 2005.

Cosas de mayores: Ardalén y Presas Fáciles

Aquí corresponde un paréntesis ya que entre 2002 y 2006, Miguelanxo estuvo trabajando en la que tal vez sea su obra más ambiciosa y demandante: De Profundis. Es curioso porque, justamente, no es una historieta sino un largometraje animado.
El análisis de esta obra enorme no corresponde a este, que es un espacio dedicado a los cómics, pero resulta ineludible para entender la evolución posterior del artista. Prado escribió, dirigió y dibujó en su totalidad esta película de 75 minutos, lo cual le representó tener que pintar más de 10.000 planchas al óleo.
Su incursión en el cine, le valió una nominación a los Premios Goya del 2007 y una mayor visibilidad entre el público que no consume historietas. De hecho, ese mismo año recibió el Gran Premio del Salón de Barcelona (aunque el año anterior solo había publicado la colección de postales sobre Belo Horizonte) y en 2009 le concedieron el ingreso a la Real Academia de las Bellas Artes.
En 2008, seleccionando algunas de las planchas originales, se produjo la versión en formato de libro ilustrado que publicó Norma.

Su regreso al mundo de las viñetas se dio recién en 2012 con Ardalén, su novela gráfica más extensa y la más premiada después de Trazo de Tiza.
El Ardalén es un viendo que sopla en la zona de Galicia desde el Atlántico inundando la región con la humedad y el perfume del mar. Así como los viejos en Argentina tenían la creencia de que el viento norte propiciaba los brotes de los locos, los gallegos dicen que el Ardalén favorece los recuerdos.
Y el recuerdo es el tema principal de este librazo de 256 páginas.

Sabela viaja a Cuba en busca de alguien que haya conocido a su abuelo, emigrado hace más de un siglo. Allí le presentan a Fidel, un viejito muy viejo que empieza a contarle sus memorias. Pero los recuerdos de una persona tan mayor siempre son imprecisos, incompletos o incluso totalmente falsos y atravesados de ficción y fantasía.
Tras casi veinte años, este es un regreso a lo mejor del autor, a todo lo que estaba bien en Trazo de Tiza pero ampliado, sin los límites de tiempo ni de espacio que tenía el formato álbum en el siglo pasado.
Otra vez tenemos una pareja protagónica (aunque aquí va a haber muchos más secundarios), otra vez aparece el tono del realismo mágico, otra vez se retoma la idea de Borges y Bioy de contar una historia en la que al lector le resulte, si no imposible al menos muy difícil, diferenciar la realidad de las mentiras o las fantasías del narrador.
Aunque acá hay una pequeña trampa/ayuda ya que, para no dejarnos tan solos con el relato de Fidel, en el libro se van incluyendo algunos documentos reales que le dan anclaje a esa realidad que se busca reconstruir.
Quisiera destacar como un enorme valor agregado el hecho de que todos estos recursos se encuentran argumentalmente justificados. Es decir que todas estas decisiones estéticas parecen dadas naturalmente por la misma historia que se quiere narrar y no se sienten como una artificialidad forzada o el capricho de un autor que quiere ponerse experimental y pretencioso.
Desde el punto de vista del estilo visual, Prado no abandona su marca característica que es el uso de los pasteles pero sí se nota que la técnica es mucho más mixta y hay una mayor base de óleos o acuarelas. Otro cambio que embellece el resultado final es el trabajo que realiza en los espacios que quedan entre las viñetas. Mientras antes podíamos ver el papel de soporte, ahora se pinta también este espacio con manchas a tono con la paleta predominante en la página.
Probablemente, en lo que respecta al uso del color, estas sean la mejores páginas que Miguelanxo entregará en toda su carrera y, muy merecidamente ganó Mejor Obra en el Salón del Cómic de Barcelona y el Premio Nacional de Cómic en 2013.

Su próxima obra extensa llegará en 2016 con el título de Presas Fáciles.
En este libro también se pone el foco en la ancianidad pero desde una perspectiva muy distinta. Todo comienza (y según el autor, el disparador fue una noticia real) con la historia de dos ancianos que, estafados por un sistema perverso de especulación financiera y al borde del desahucio, deciden quitarse la vida.
Miguelanxo regresa a una de sus grandes obsesiones que es la crítica social, pero en este caso sin el lente distorsionador ni la válvula de escape que ofrece el humor. Más bien todo lo contrario: muestra en clave de policial negro el drama de los desahucios y, sobre todo, las estafas de las que fueron víctimas muchísimos ancianos que confiaron en las entidades bancarias de las que eran clientes de toda la vida.
Para contar esta historia de la manera más cruda, el artista renuncia a la espectacularidad visual e incluso a su mayor virtud que es su maestría en el color. Es como si no quisiera que ningún adorno distraiga al lector de los hechos que le quiere narrar.

Su obra más reciente: El Pacto del Letargo

Y así llegamos a 2020 y su libro más actual.
No diría que con El Pacto del Letargo, Miguelanxo regresa a la literatura infantil porque yo (con cuarenta y pico) disfruté del libro pero estoy bastante seguro de que lo hubiera disfrutado más con quince.
Hace siglos, dos razas de poderosos seres mágicos llegaron a un conflicto que parecía irresoluble. El motivo de la disputa eran los seres humanos que habían roto su pacto con Gaia y extendían el mal y la corrupción por la tierra. Los demonios eran de la opinión de exterminar a la humanidad como si se tratara de una plaga, mientras que los puros habían jurado protegerlos.
Para no escalar en un conflicto que los lleve a todos a la aniquilación, las dos razas hermanas hicieron un pacto: entrarían en un sueño profundo del que solo despertarían cuando se diese una de dos condiciones. O los hombres retomaban el camino de Gaia y volvían a hacer una alianza con la naturaleza, o bien en su codicia y beligerancia acababa por destruirse unos a otros.
En cualquiera de los dos casos, los seres mágicos podrían regresar a convivir en armonía.
La obra comienza cuando Grian de los puros y Xamaín de los demonios despiertan… pero se encuentran con que las condiciones del pacto no se han cumplido. ¿Qué los hizo despertar?

La verdad es que no lo sabemos porque la obra se anunció como el comienzo de una trilogía y por el momento solo se publicó esta primera entrega.

En este libro, Miguelanxo vuelve a demostrar que es un maestro del color pero ya completamente volcado a las acuarelas y gouaches que maneja con la efectividad y belleza a la que nos tiene malacostumbrados. El color se aplica de una manera más tradicional y menos pictórica sobre las líneas de tinta trazadas a pluma pero no por eso deja de ser un deleite en cada página.
En la paleta predominan los colores pastel para el presente (muy acorde al cuento de hadas que se está desarrollando) y los sepias y violáceos desaturados para las escenas de flashback.

Si bien es cierto que ya pasaron cuatro años, teniendo en cuenta los ritmos de producción del autor, conservo la esperanza de que en breve tengamos novedades sobre el próximo volumen. Por ahora hay un montón de cabos sueltos, pero pueden convertirse en líneas por donde la trama siga avanzando y adquiriendo mayor espesor y complejidad.
Solo nos resta esperar los tiempos de este genio gallego que, a sus 66 años, da muestras de seguir produciendo en el más alto nivel del cómic mundial.

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Tira de Tangencias de Miguelanxo Prado
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