Jorge González es uno de los ilustradores argentinos más destacados del mercado actual. No obstante, se combinan una cantidad de factores que lo hacen un nombre poco mencionado entre los lectores argentinos.
Por un lado, hace veinte años que vive en España así que no lo vemos en convenciones locales ni tiene trato habitual con los editores vernáculos. Además, la mayor parte de su producción la realiza para el mercado francés, por lo que su obra es casi imposible de conseguir en el país salvo que haya alguna traducción al español. Por último pero no menos importante (después de “Juan Pérez”), “Jorge González” debe ser el nombre más genérico del habla hispana por lo que intentar una búsqueda en internet sobre su vida y obra puede dar resultados de lo más estrafalarios.

No obstante esto, en los últimos años, tres de sus grandes novelas gráficas fueron publicadas en el país con excelente repercusión tanto entre la crítica como entre el público.
En 2012, Editorial Común publicó Fueye (actualmente agotada); en 2021, Hotel de las Ideas publicó Llamarada y en 2024, Sector Editorial publicó Dear Patagonia.
¿Son estas las mejores obras del autor y la expresión de su estilo más maduro y consolidado?
Es difícil de afirmar porque se trata de un artista muy ecléctico y versátil que, si bien mantiene ciertos rasgos estilísticos, experimenta muchos cambios estéticos y técnicos de una obra a otra. Lo cierto es que, por buenos que sean los libros editados en Argentina, no son los únicos, no salieron de la nada y hay mucho material actual que todavía ni está traducido al español.
Por lógica, cuando leemos un gran libro de un autor desconocido, queremos saber más sobre él. Si leímos tres y los tres son buenísimos, conocerlo mejor es casi un imperativo.
Por eso, hoy decidimos reseñar dos obras anteriores a las que ya conocemos, en las que se observa un momento de la evolución estética del dibujante totalmente diferente del que vimos en las novelas gráficas mencionadas y que tienen como guionista nada menos que a Horacio Altuna.
Hard Story (Norma Editorial 2003)
Casi podemos considerar que esta es la entrada de González en las grandes ligas. ¿Y qué mejor forma de hacerlo que de la mano de un artista absolutamente consagrado como Horacio Altuna? En este caso, en un giro totalmente sorpresivo, el maestro toma el rol de guionista y cede la parte gráfica al joven nuevo talento.

Jimmy “the Shame” es un proxeneta (“macarra” dirá la edición de Norma) de un barrio bajo al que todos llaman “El Closet”. Además de explotar a sus pupilas, hace pequeños trabajos para la mafia local con la que también contrae ciertas deudas de juego.
Un marco bastante trillado en el que comienza a moverse la acción y todo sigue dentro de lo predecible cuando el protagonista conoce a Natalia, una de sus nuevas chicas, y se enamora de ella.
Tal vez, lo más interesante de la trama es que él no entiende que eso que siente es amor porque nunca antes lo había sentido. Igual que no entiende el impulso que lo lleva a asesinar a los clientes que requieren los servicios de Natalia.
Honestamente, el relato dista de ser perfecto. Las situaciones se tornan innecesariamente repetitivas, como si hubiera que estirar la idea para llegar a las 46 páginas de rigor para un álbum europeo. Los personajes (incluso los principales) tienen muy poco desarrollo y profundidad. De hecho, prácticamente no hablan y todo el texto recae en un narrador omnisciente que explica hasta lo inexplicable.
Es evidente que Altuna, acostumbrado al trabajo de autor integral y a traducir él mismo sus ideas a dibujos, tuvo algunos problemas al momento de escribir el guion para otro dibujante.
En lo que sí cumple, destaca y brilla este libro es en su intención de presentar a González a los lectores españoles.
Es cierto que este todavía es un González contenido y que no se deja llevar por la experimentación formal y técnica que lo caracterizará más adelante. Pero es una muestra inmejorable de su talento y la calidad de su dibujo cuando tiene que ofrecer un resultado más convencional.
Todo el álbum está resuelto en escalas de grises sobre un papel gris granulado que llena todas las imágenes de texturas.
Sobre ese papel, el dibujante trabaja aplicando sombras de lápiz, carbón y tinta pero también luces con pasteles o tiza. El trazo recuerda un poco a los dibujantes vertigueros de fines del siglo pasado como Dave McKean o Teddy Kristiansen e incluso, en alguna pose se adivina el homenaje a Carlos Nine. Aunque la influencia insoslayable en Hard Story es la de Miguelanxo Prado.
La distorsión de las perspectivas en la arquitectura, la caricaturización contenida de cuerpos y rostros, la magistral combinación de técnicas húmedas y secas, todo remite a las obras de Prado del periodo entre Stratos y las primeras Tangencias.

Lo hermoso es que todos estos recursos se alternan y se mezclan. La perspectiva se distorsiona a veces pero otras resulta perfectamente realista. Un rostro se puede deformar hasta el expresionismo e incluso el cubismo, pero el encuentro entre dos cuerpos desnudos puede tener toda la belleza de una estilizada corrección anatómica. La prueba máxima de la efectividad narrativa está en que el lector en ningún momento se cuestiona este cambio constante de las reglas de juego, cautivado por la belleza del dibujo.
Una excelente carta de presentación que puso el nombre de Jorge González en el radar de los lectores y los dejó con ganas de más.
Hate Jazz (Ediciones Sinsentido 2006)
El guion de Altuna arranca mejor que el anterior. Sigue con el narrador omnisciente y machacón pero se juega a una estructura más compleja, con más personajes y tramas que se cruzan. Aunque, tal vez, la mayor mejora se da en el marco que ambienta la acción porque acá es evidente que el guionista nos habla de dos cosas que conoce y por las que siente un interés personal: el mundo del jazz y la discriminación a la comunidad afroamericana en los Estados Unidos.
De hecho, son los temas centrales de dos de sus grandes obras como autor integral: Hot y HOT L.A.
Ciertamente, los conflictos no salen de los tópicos conocidos: Dos hermanos se enamoran de la misma mujer, un heroinómano con síndrome de abstinencia, el músico que siente que degrada su arte al ponerlo al servicio de los clientes que le pagan. No obstante, sin salir de esos lugares comunes, logra una caracterización de los personajes mucho más profunda e interesante que en Hard Story.
Para no incurrir en spoilers, dejo a criterio del lector si el relato marco, con su giro argumental del final, le da coherencia y sentido al álbum o es un descuelgue que no tiene que ver con nada.

Una vez más, lo que salva y hace totalmente disfrutable la lectura de este libro es el arte de González. Acá lo vemos totalmente lanzado a la estridencia del pastel y los lápices sobre un soporte de apariencia entelada, mientras coloca los textos sobre una capa semitransparente de blanco. En este caso también podría considerarse que sigue la evolución técnica de Miguelanxo Prado (de Trazo de Tiza o Crónicas Incongruentes) pero animándose a una paleta tan brillante y saturada que lo acercan más a un Lorenzo Matotti.
La línea de los contornos que en el álbum anterior era prolija y precisa, en este caso se vuelve abocetada y son comunes los trazos dobles o triples.
Es notable como el dibujo juega con dos iluminaciones distintas y aparentemente contradictorias. Las escenas nocturnas están llenas de colores primarios, saturados y vibrantes. La noche de Nueva York es la de los carteles de neón, las luces de los escenarios y la de los clubes nocturnos. En contraste, las escenas diurnas, iluminadas apenas por ese sol lejano (que incurre en el aburrimiento de mostrar cada cosa del color que es), se representan con colores fríos y quebrados. Acá se anticipa la paleta desaturada que reencontraremos en Fueye o Dear Patagonia. Respecto de la primera, también se anticipan otras dos característica: la música (el tango o el jazz) que impone el ritmo de la acción, y la luz filtrada por la suciedad y la bruma de la ciudad portuaria.

Otra característica que tendrá continuidad en las obras posteriores es el tratamiento de los cuerpos y los rostros. La representación es más cercana al realismo porque la deformación se percibe más como estilización que como caricatura. Tal vez la distorsión sea más perceptible en las primeras páginas pero, en cuanto el lector se sumerge en el universo que propone la obra, simplemente acepta que la realidad se ve tal y como González la dibuja.
En conclusión: Dos colaboraciones entre autores que, actualmente, dan lo mejor de sí como artistas integrales. En ambos casos, el promedio de guion y dibujo deja un saldo claramente positivo aunque es el apartado visual el que más aporta a la ecuación.