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Murder World: “Reiraku” de Inio Asano

Murder World utiliza este bello campo de entretenimiento para destruir esas obras que suelen ser santificadas por el público. Murderworld promete aniquilar sin piedad.

La víctima en esta ocasión: Reiraku.

Aclaración: si quieren leer una reseña de la obra de alguien que no la odió como yo, pueden leer la que escribió Matías Mir haciendo click aquí.

Guiado por el aluvión de elogios repetidos hasta el infinito que recibió la obra de Inio Asano, hace unos años me acerqué a su título más famoso: Buenas Noches Punpun. Tal vez, esta nota debiera basarse en esa obra pero no sería honesto porque, a decir verdad, no llegué a terminarla. Compré hasta el tomo cinco o seis, no los soporté y los terminé regalando.
Entonces los amigos me dijeron: “Es que para empatizar con Punpun tenés que ser un adolescente depresivo y vos, profe, aunque sos depresivo, ya estás demasiado viejo. La que tenés que leer es Reiraku. Ahí sí que vas a llorar como una Magdalena”.
Así que intenté con Reiraku y este es el resultado de mi lectura.

Advertencia: Puede contener spoilers.

Ante todo, la empatía

Empatía” es una palabra hermosa que hace unos años volvió a ponerse de moda. Viene del griego “en” (adentro) y “pathos” (pasión o sentimiento). Referida al arte, Aristóteles la usa para definir la clase de relación que el espectador tiene que desarrollar con el protagonista de la tragedia.
Sentir empatía por el protagonista es fundamental para lograr conmoverse ante su desgracia y alcanzar así la catarsis que es el objetivo de la obra.
Para eso, Aristóteles sugiere un modelo de héroe trágico. Un personaje que encarne virtudes positivas (porque todo el mundo se considera bueno y, por lo tanto, resulta más fácil identificarse con los buenos que con los malos) pero que cometa un error fatal.
El defecto o el error era fundamental dentro de la cosmovisión griega por dos motivos: primero porque ellos creían que la desgracia era un castigo divino y los dioses no castigan sin causa; y segundo, porque el error del personaje lo hace más humano y de esta manera lo acerca al público que puede sentirse representado en esa imperfección.

Por eso dirá Aristóteles que la épica muestra a los hombres mejores de lo que son, la comedia los muestra peores, pero la tragedia nos muestra tal cual somos.
Si seguimos por este camino, Reiraku falla estrepitosamente. Su protagonista es un ególatra, llorón, autocondescendiente y putañero con el que es imposible lograr la más mínima empatía. Hay montones de viñetas del tipo deprimido llorando en un rincón pero, al no haber logrado construir la empatía con el lector, no nos conmueve en lo más mínimo.

Fukasawa y Asano, en versión joven y teñido de rubio.

El antihéroe y el monstruo

Sé que me dirán: “Bueno, profe, pero el arte habrá evolucionado desde el siglo V A.C.
Seguro. Ya desde Shakespeare tenemos dramas con personajes más complejos, en los que las virtudes y los defectos están más equilibrados o, decididamente inclinados hacia el mal como en Macbeth o Ricardo III. Los personajes que antes podían funcionar solo como antagonistas, ahora pueden protagonizar una obra sin que, necesariamente, haya un héroe del mismo espesor que se les oponga y hacia el que se dirija la empatía del público.
Surge así una de las formas del antihéroe (otras dos variantes de esta categoría, aparecerán casi simultáneamente en la literatura hispánica con El Quijote y El Lazarillo).
La irrupción de la figura del antihéroe fue fundamental en un género de literatura barata que será muy popular en el siglo XVIII y, sobre todo, en el XIX: Los folletines de bandidos. Las aventuras (reales o inventadas) de criminales como Rocambole o Billy the Kid hicieron las delicias de miles de lectores que no comulgaban con los valores morales de los protagonistas.
A pesar de su momentánea originalidad, estos personajes también acabaron por adaptarse a un modelo que se repitió ad nauseam: Reunían características físicas e intelectuales que les permitían realizar hazañas y ganarse la admiración del público, a la vez, tenían algunas características positivas que permitían que el lector se pusiera de su lado: Hacían justicia a su manera, eran leales con sus amigos pero, sobre todo, encarnaban las ansias de libertad y el valor de romper con los mandatos sociales.
El modelo, con lógicas variantes, persiste hasta hoy en personajes como Dexter, Toretto de Rápido y Furioso o Tony Montana de Scarface. Son un asesino serial, un narcotraficante y un pirata del asfalto pero sus hazañas y virtudas son suficientes para poner al público de su parte.

Pero ¿qué pasa si el protagonista no logra generar ni aún ese mínimo de empatía? ¿Qué pasa si es una pura negatividad, una encarnación de todo lo que el público rechaza?
Ahí entra a jugar la categoría del monstruo. Es muy difícil contar una historia con un monstruo sin darle al público una figura de contrapeso en la cual pueda refugiarse pero existen casos: Psicópatas Sexuales de Miguel Ángel Martín, Cayetano de Luciano Saracino y Nicolás Brondo, El Petiso Orejudo de Pablo Barbieri y Carina Altonaga o algunos capítulos de La cárcel del fin del mundo de Santiago Sánchez Kutica y Kundo Krunch.
Reiraku trata de jugar en una de estas categorías pero fracasa. De más está decir que, al mejor estilo slice of life, el protagonista no vive aventuras ni realiza hazañas así que los defectos de carácter que mencionamos antes no son contrapesados. Pero lo más patético es el intento de hacer funcionar la categoría de monstruo. Literalmente, hay una doble página muda para preparar al lector y generar la tensión dramática antes de la gran revelación, seguida de otra doble página totalmente en negro que solo tiene un globo de texto: “Sos un monstruo”.

Parece un chiste. ¿Sabés cuánta sopa te falta para ser un monstruo, mangaka triste? El prota podrá alcanzar sin problemas las categorías de egoísta y pusilánime pero para “monstruo” no le da la nafta.

El realismo y el hombre común

Pero no toda el arte podrá tratarse de héroes y villanos y por más que Aristóteles dijera que la tragedia mostraba al hombre tal cual es, la verdad es que sus protagonistas siempre pertenecían a la familia real, eran los gobernante, a veces semidioses y hasta titanes. Así que “la humanidad” que se mostraba estaba bastante acotada.
Desde entonces, muchas corrientes artísticas se propusieron plasmar la realidad de una manera más exacta y menos cargada de convenciones. La idea era ofrecerle al lector un personaje en el que se pudiera ver reflejado (dirá Gustave Flaubert) como en un espejo. Sus virtudes, sus defectos y sus peripecias van a ser mínimas y cotidianas, adaptadas a la mediocridad del lector.
A esta corriente, como sabrán, se la llamó “Realismo” (así, a secas) y fue la que predominó en la alta literatura europea de la segunda mitad del S. XIX.
De todas formas, a pesar de sus pretensiones iniciales, hay una coincidencia casi unánime en que el realismo supo retratar muy bien a un sector de la sociedad que fue la burguesía. Este nuevo actor social que fue ganando poder a lo largo de la modernidad y que alcanzó la hegemonía política tras la Revolución Francesa requerirá una literatura a su medida. Obras escritas por burgueses, protagonizadas por burgueses y dirigidas a un público de esa misma clase social.
No es que tipos como Honoré de Balzac o León Tolstoi no incluyeran personajes de la nobleza y de la clase trabajadora pero resulta evidente que sus caracterizaciones más logradas son las de los sujetos del ambiente que mejor conocen y al que ellos mismos pertenecen. Como contrapartida, resulta difícil pensar que el campesino decimonónico que laburaba catorce horas diarias pudiera conmoverse por el “drama” de la boluda de Emma Bovary que tenía sirvienta, nodriza y la cabeza llena de pajaritos porque solo le faltaban pulgas para rascarse.

El dibujo es soberbio y las páginas a color, una delicia.

Pero la autoreferencialidad puede exacerbarse y eso ocurre en ciertas obras que me producen particular rechazo. Me refiero a las novelas en las que el protagonista es un escritor que se la pasa hablando con otros escritores, editores y críticos; las películas en las que todos los personajes pertenecen a la industria cinematográfica o, como en este caso, un manga sobre lo dura y desoladora que es la vida del torturado mangaka.
Hago una aclaración porque, en verdad, sí me gustan algunas obras con estas características y son aquellas que logran una distancia irónica que permite mostrar a la industria desde una perspectiva cómica. Me refiero a un montón de películas de Woody Allen, Érase una vez en Hollywood de Quentin Tarantino o a Mi novia y yo de los genios Robin Wood y Carlos Vogth entre otros grandes ejemplos.
En cambio, la vertiente dramática me parece de un onanismo insoportable.
En este caso, el Sensei Fukasawa pudo dedicarse al manga que era el sueño de su juventud, con menos de cuarenta años alcanzó un regular éxito y reconocimiento dentro del medio, tiene una posición económica que le permitió tomarse dos años sabáticos… Literalmente. Dos años panza arriba, yendo de putas y viviendo de regalías.
¡Ah! Pero no saben cómo sufre, pobrecito. Padece la presión de generar un nuevo éxito, la ansiedad de afrontar los condicionamientos de la industria que limitan su libertad creativa, su propia inseguridad, la sensación de haber perdido el amor por el manga…
El drama de Fukasawa es tan conmovedor que desde acá puedo escuchar como lloran los niños chaqueños que fumigan el tabaco sin barbijo, los cartoneros de la Villa 31, los millones que no llegan a fin de mes (ni hablar de tomarse dos años libres para deprimirse a gusto) y nunca van a ser reconocidos por nadie.
¡Andá a llorar al campito, bobo!

“Yo soy Vincent Moon. Ahora desprécieme”

La frase anterior pertenece al cuento La forma de la espada del inmortal Jorge Luis Borges y corresponde a un tópico narrativo en el cual el protagonista confieza haber cometido una infamia, acaso imperdonable.

Puede tratarse, como en el caso de Moon, de un único hecho que proyecta una marca definitiva sobre el resto de la existencia o (como anticiparía el título “Reiraku”) de una espiral descendente que arroja al protagonista hasta los más profundos abismos de la degradación.
Como sea, el recurso no es nuevo. El antecedente más lejano que me viene a la mente es Fiodor Dostoievski con sus Memorias del susbsuelo que retomará magistralmente Roberto Arlt en El juguete rabioso. En el plano más autobiográfico, se lo puede relacionar con la vida bohemia de los poetas malditos del siglo XIX (“vida bohemia” es un eufemismo para tremendas orgías con láudano, ajenjo y opio) como Charles Baudelaire o Arthur Rimbaud y atraviesa el siglo XX con la generación beatneak y tipos como Henry Miller y Charles Bukowski.
En estas obras, el tema de la empatía se complica. Podríamos decir que estos personajes no buscan generarla. Son como antihéroes sin hazaña. Eligieron vivir al márgen de las convenciones sociales pero no tienen las condiciones o la voluntad necesaria para acometer grandes acciones. Tal vez, su única virtud sea permanecer fieles y coherentes a esa elección. Saben que dan asco pero como toda la sociedad da asco, ellos al menos, deciden hacerlo a su manera.
Como dice Vincent Moon: “Yo soy esto. Ahora desprécieme”.

Dejé esta vertiente para el final porque creo que es en la que más claramente podríamos ubicar a Reiraku. El problema es que, acá también falla y lo hace por dos motivos importantes:
El primero es que Fukasawa no se la banca. No dice “desprécienme”, dice “por favor, compadézcanme porque sufro mucho”.
La segunda es que mientras las obras anteriores nos muestran la degradación humana y social en toda su descarnada miseria, Asano nos presenta versiones vanalizadas y hasta idealizadas de las porquerías que hace el protagonista.
Fukasawa es emocionalmente tan patético e inmaduro que no soporta tener una relación con su esposa que es una mujer de su misma edad, con un laburo y un nivel de éxito parecidos a los que él tiene. En cambio, contrata a prostitutas. De dos sabemos la edad: 19 y 21 años.
Supongo que no hace falta que me ponga a explicar las tragedias que genera la explotación sexual y los motivos por los cuales clientes y proxenetas son los culpables del sórdido destino de tantas mujeres alrededor del planeta.

No esperaba que el manga mostrara eso. Finalmente, no es el tema que busca desarrollar. Pero el nivel de banalización y hasta de idealización con el que se presenta la problemática es indignante. Las chicas son alegres, libres, estudian en la universidad y con la prostitución hacen unos pesos extra para irse de viaje o darse algún gustito. El tipo es super tierno y cariñoso, se meten juntos en la bañera, charlan, cuando él está triste, llora abrazado a alguna de ellas. Hasta se insinúa el comienzo de una relación romántica. Al proxeneta se lo llama “gerente” y es un empresario serio y formal pero macanudo que te ayuda a elegir la chica que mejor se ajusta a tus gustos (edad, color de piel, tamaño de busto) o elige una por vos si querés que te sorprenda.

La chica con ojos de gato. En la versión norteamericana el “Eres un monstruo” va en esta página.

Insisto: no es que no haya una crítica. Es que casi parece una publicidad de un prostíbulo. Lo que da asco acá no es el protagonista, es la forma edulcorada y falaz en la que el autor eligió mostrar el tema.
Siguiendo por el mismo camino y para rizar el rizo, nuestro héroe prácticamente violó a su ex esposa. De más está decir que ella no lo denunció. Es más, lo comprendió, lo compadeció y terminó pidiéndole perdón por no haber sido una buena esposa mientras estuvieron casados.
Hermoso. El sueño de un machito adolescente que cree que las mujeres son mercancía para elegir en el supermercado y que puede vivir haciendo lo que se le cante sin asumir ninguna consecuencia.
Bueno… ninguna consecuencia no.

A veces se puede deprimir porque es muy sensible y especial y la plata solo le alcanzó para dos años sabáticos.

Facundo Vazquez

Profe de literatura proveniente del conurbano profundo. Ama la historieta, su historia y es nuestro embajador en Croacia.

2 thoughts on “Murder World: “Reiraku” de Inio Asano

  • Holi.
    Primero que nada: ya, si no te gustó Pun Pun, no hay chance. Pero peores son quienes te recomendaron “Reiraku” porque es un embole. Ahora bien, creo que, más allá de que odio la historieta, uno de los temas comunes de Asano tiene que ver con la salud mental y cómo las diferentes problemáticas de los personajes los llevan a los límites más horribles de la ética y la moral. En este sentido, me parece un muy buen ejemplo “La chica a la orilla del mar” que es más que incomoda pero, al mismo tiempo, increíble para quienes sí pueden tener “empatía” desde el lugar del hastío y la pulsión de muerte. El slice of life en este mangaka pasa, en muchas líneas, por la rutina depresiva y el no-sentido de la vida. Ahí está bien demarcado el sistema de educación y explotación de la cultura japonesa y cómo cada persona llega a tener la carrera que tiene. No muy lejos de esto está la industria del anime, un caso especial es MAPPA, por ejemplo. Por eso, no comparto que la crítica pase por “ay pobrecito, pero estás cagado en guita”, sino, quizá, por lo último que marcás que me parece más interesante por lo que reproduce. Aunque, como decís vos: “Insisto: no es que no haya una crítica. Es que casi parece una publicidad de un prostíbulo. Lo que da asco acá no es el protagonista, es la forma edulcorada y falaz en la que el autor eligió mostrar el tema”. Estamos en un momento en el que muchas corrientes presentan los temas de manera polémica y somos nosotros quienes tenemos que tomar posición. Esa es, en cierta medida, la gracia de Asano. Banco que no se nos de todo masticado sino una especie de retrato de época que te deje reculando.

    En fin, aguante Asano.

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    • Facundo VazquezPost author

      Muchas gracias por la devolución, Rocío.
      También sigo con mucho interés lo que escribís.

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