Ubiquémonos en 1989. Después de su paso por Superman, por Swamp Thing, después de Watchmen y hasta de Killing Joke, absolutamente todo el mundo estaba pendiente de la próxima genialidad de Alan Moore. No obstante, pronto quedó claro que la relación del autor con DC Comics no solo se había enfriado sino que había llegado al punto de una ruptura definitiva. Así es que por un largo periodo, los lectores nos tuvimos que conformar con promesas deslizadas en entrevistas, rumores, proyectos que dilataban su concreción hasta el infinito y -lo peor de todo- escuchábamos hablar por primera vez de editoriales independientes que ni conocíamos y cuyas ediciones seguramente nunca llegaríamos a conseguir en Argentina.
Esos títulos que sonaban cada vez más lejanos en entrevistas cada vez más esporádicas eran: From Hell con dibujos de Eddie Campbell (que recién se terminó de publicar en 1998), Lost Girls con Melinda Gebbie (¡que recién terminó en 2006!), Big Numbers con Bill Sienkiewicz (que nunca pasó del número 2 de 12) y, el que hoy nos ocupa, A Small Killing con dibujos de Oscar Zárate.
Esta novela gráfica fue publicada en 1991 por la editorial británica Victor Gollancz y tuvo su primera edición americana en 1993 de la mano de Dark Horse. Desde 2002 existe una edición en español dentro de la Colección Trazado de Planeta de Agostini y este año se publicó la primera edición argentina a cargo de la imparable Hotel de las Ideas.
La novela gráfica de Alan Moore
A pesar de la consagración mundial que el Mago de Northampton había alcanzado con las obras anteriormente mencionadas y de la revolución que significó su aparición tanto en el mercado inglés como en el norteamericano, podríamos decir que Un pequeño asesinato es la primera novela gráfica (en el sentido más estricto del término) escrita por el autor.
Sé que, actualmente, el término está muy vapuleado pero en aquella época todavía significaba algo.
En esta nota, no me voy a poner a definir lo que pienso que es una novela gráfica porque ya lo hice cuando analicé Contrato con Dios.
Basta decir que acá tenemos a un equipo creativo experimentando con libertad absoluta, creando una obra fuera del mercado mainstream y sus géneros (ni los superhéroes yankees ni la ciencia ficción de la 2000AD), dirigida a un público adulto, con una mirada realista y crítica respecto de la sociedad, publicada en un libro por una editorial de libros y pensada para distribuirse en librerías.

Otra característica que tuvieron las dos novelas gráficas que durante muchos años establecieron el paradigma del género (la ya mencionada Contrato con Dios y Maus) es cierto carácter autobiográfico que refuerza su realismo. En este caso, Moore niega rotundamente esta lectura no obstante, las coincidencias saltan a la vista.
Como Moore, Tim Hole, era un joven artista de una pequeña ciudad inglesa que desarrollaba un trabajo creativo pero dentro de un mercado totalmente comercial. En busca de una mejor oportunidad laboral, deja Inglaterra para trasladarse a los Estados Unidos donde alcanza cierto éxito. Tras algunos años, desengañado y en medio de una crisis de la mediana edad, emprende el regreso a su país y sus raíces. Incluso (como puede leerse en las entrevistas que Jaime Rodríguez les realiza a los autores y que se incluyen al final de las ediciones de Planeta y Hotel), Zárate buscó acentuar esa conexión entre el libro y la vida de Moore haciendo que las escenas que transcurren en Sheffield tengan, en realidad, el aspecto de Northampton.
“El solar, los viejos edificios, el trozo de césped con una única casa apoyada en un madero… ese pedazo de césped es el pedazo de césped real en el que solía estar mi casa cuando yo era niño”
Porque Un pequeño asesinato tiene otra característica destacable dentro de la carrera de Moore ya que el autor reconoce que fue la primera vez que permitió que la idea original y varios aspectos de la trama surgieran de sugerencias del dibujante Oscar Zárate. Eso hace que el libro tenga una enorme coherencia estética y, en muchos momentos, transmita la sensación de ser obra de un autor integral.
Ser y tiempo
Sin dudas, uno de los aspectos más notables de la obra de Moore es su nivel de complejidad y experimentación formal a la hora de escribir los guiones. En A Small Killing, parece dispuesto a utilizar todos esos recursos que había ensayado dentro del mercado comercial (y que ya analizamos en Watchmen) pero debe destilarlos en apenas cien páginas. Por lo tanto, el nivel de densidad narrativa de este libro se volverá realmente altísima.
En el aspecto de la experimentación, tal vez lo más notable sea la forma en la que se estructuran los tiempos del relato. Hay una trama lineal que corresponde al presente de la narración y que avanza solamente cinco días. No obstante, cada capítulo representa un retroceso mayor dado por la reconstrucción de la memoria del protagonista.
En el primer capítulo, la acción comienza con Tim esperando que su avión despegue y termina cuando, efectivamente, levanta vuelo. Es decir que transcurren unos pocos minutos. No obstante, en el plano del flashback, se reconstruyen los dos días anteriores. A esto hay que sumarle que el título del capítulo es “Nueva York 1985-1989” como si lo ocurrido en esos dos días resumiera o fuera una muestra suficiente para entender las experiencias de cuatro años.
Esta idea de que hay pocos eventos que resulten verdaderamente significativos y que la mayor parte del tiempo de nuestra vida simplemente se pierde sin dejarnos nada es explicitada por el propio protagonista en alguna frases como: “Si sumo todas las memorias que tengo de mi día, el resultado es unos treinta minutos” o “La gente acá pierde la mitad de su vida esperando ascensores”.

A partir de ahí, cada capítulo hace avanzar apenas un poco la línea del presente de la narración, mientras los flashbacks retroceden cada vez más en los recuerdos del protagonista.
Así se suceden “Londres 1979-1985”, “Sheffield 1964-1979” y finalmente, “Los edificios viejos 1954-1964”. El retroceso temporal conduce en una línea sinuosa hacia la infancia de Tim y va acompañado de un desplazamiento espacial a medida que el personaje va regresando a los diferentes lugares en los que vivió.
Este desplazamiento es a la vez un viaje desde el centro hacia la periferia, que tiene su punto de partida en la ciudad más grande del mundo y termina en un barrio casi abandonado de los suburbios de Sheffield. Ese sentido se refuerza en otro de los aportes que, según testimonio de los autores, también corresponde a Oscar Zárate: el de centrar cada capítulo en un medio de transporte. Primero el avión, después el tren, el viejo automóvil Anglia y, por último la bicicleta.
De lo grande a lo pequeño. De lo moderno a lo primitivo.

Pero la complejidad de la estructura narrativa no termina acá ni de lejos porque la aparición de los recuerdos tiene al menos tres formas diferentes que se van alternando.
Las analepsis del primer capítulo (que son recuerdos de apenas un par de días atrás) no están indicadas visualmente. Mientras que en los capítulos siguientes, Zárate indicará los saltos atrás en el tiempo cambiando el estilo de dibujo y coloreado por uno mucho más tenue y borroso como si las imágenes estuvieran llenas de luz pero, a la vez, difuminadas por la niebla del recuerdo.
Por último, el relato señala hacia el pasado también desde las escenas del presente ya que el protagonista todo el tiempo está contándole a otros personajes (y a sí mismo) fragmentos de su historia previa. Así, la combinación de estos recursos nos da escenas como la del flasback en la que él -con veinte años- le propone matrimonio a Maggie pero, en el mismo momento le cuenta que -cuando tenía diez- enterró un frasco lleno de bichos.
El presente señala al pasado, y este a su vez, a un pasado aún más remoto.
Esta estructura temporal tan particular aparece simbolizada en la escena en la que Tim en la casa de sus padres se encuentra el álbum de fotos familiares y comienza a verlo de atrás para adelante. Es decir que, al igual que Un pequeño asesinato, mientra avanza, retrocede.
Lógicamente, el final de esa escena contendrá la gran revelación que lleve al clímax de la historia.
Un hombre al que le rompieron los huevos
Alerta de spoiler. A partir de acá, el análisis va a contener información que podría arruinar algunas sorpresas de la trama. Si todavía no leyeron el libro, salteen este apartado.
Tim se apellida Hole (hueco) aunque él dice que se pronuncia “Holly” (sagrado). Es un creativo de una agencia de publicidad que acaba de conseguir el contrato para imponer la importante marca de gaseosa norteamericana “Flite” en el recién abierto mercado ruso post-caída del muro.
Es un “yuppie” (expresión de la época que viene de Young Urban Professional), una clasificación que se inventó para referirse a los jóvenes exitosos que estaban ganando mucha plata y se la patinaban en objetos suntuosos y fiestas con otras personas tan cultas, ricas, superficiales y vacías como ellos.
American Psycho de Bret Easton Ellis (publicada el mismo año que A Small Killing) apunta mucho más al componente psicopático, pero sirve bastante bien para entender el ambiente yuppie y su fauna.

En su camino al éxito, Tim dejó atrás su pueblo, a sus padres, a su esposa, al hombre que le dio su primera oportunidad en la industria y, tal vez lo más importante, dejó atrás sus propios ideales. Al comenzar la historia es un tipo vacío -como sugiere su nombre- que trata patéticamente de llevarse a la cama a una compañera de laburo anoréxica que ni siquiera le gusta.
Entonces se le cruza un pibito mientras maneja en la autopista y, por esquivarlo se la pega contra el guardarrail. A partir de ahí, este niño misterioso será una amenaza que reaparece en diferentes ocasiones y el enigma que pone en marcha la acción: ¿Quién es? ¿Qué tiene contra Tim?
El propio protagonista se da cuenta de que no tiene sentido que un niño lo haya perseguido por dos países para matarlo y la obra parece virar hacia el género fantástico disparando otras preguntas: ¿Existe realmente o es producto de la imaginación de Tim?
Finalmente, es Tim quien maneja contra la valla, es él quien se mete en medio del disturbio que la policía está reprimiendo, es él quien saca el boleto de niño en el tren y quien le da la dirección equivocada al taxista.
Si el niño quiere matarlo, el inconsciente del protagonista es su mejor cómplice.
Este enigma tendrá su respuesta en la escena del álbum familiar. Cuando Tim retroceda lo suficiente en el tiempo, en el álbum de fotos y en sus propios recuerdos, encontrará que el niño es él mismo.
Esto conduce al enfrentamiento final, aunque el resultado está decidido de antemano.
Recordemos que la primera vez que Tim ve al niño en la carretera, choca para esquivarlo. Es decir: inconscientemente, elige matar a su versión adulta y degradada para salvar al chico inocente que alguna vez fue.
La mente y sus símbolos
Llegado al punto anterior, comprendemos que lo relevante de la historia no ocurre en Nueva York, en Londres ni en Sheffield. Lo importante ocurre en la cabeza de Tim Hole. Los espacios solo acompañan al protagonista y lo empujan a su proceso de introspección.
Se trata, pues, de lo que la crítica llama una “novela psicológica”.
Aquí tal vez radique una de las mayores virtudes del libro, ya que la revelación sobre el género al que se adscribe la obra genera una fuerte atracción que conduce al lector a revisar las páginas anteriores en busca de resignificar los diferentes elementos simbólicos que se encuentran desperdigados a lo largo del relato.
Analicemos algunos:
– Los huevos de aves. En una fiesta en casa de Tim, la hueca de su compañera Lynda encuentra la colección de huevos de aves que él guardaba desde la infancia. Al querer mostrársela a los otros asistentes (porque les parece algo muy inglés y tierno) el cuadro se cae y se rompe. El episodio es particularmente significativo por varias razones. En primer lugar, porque nos muestra como el entorno de exitismo superficial del Tim adulto destruye los recuerdos de su pasado. En segundo lugar, porque a él le recuerda que fue su esposa Maggie la que le insistió para que los enmarque y, por último, porque el huevo roto de petirrojo, con sus líneas rojas sobre blanco, le sugieren a un bebé humano recién nacido con la coronilla manchada de sangre. De esta manera se anuncia el episodio del aborto de Sylvia que será central en el capítulo siguiente.
Históricamente, el huevo funciona como metáfora de la vida que renace cíclicamente (por eso regalamos huevos en las pascuas) y, en este caso, la interrupción del ciclo vital. Una vida estéril.
– Los sueños. Después del episodio que acabamos de analizar, no es extraño que Tim tenga un sueño en el que aparecen Maggie y Sylvia. Ambas van juntas en un colectivo, conversan entre ellas pero él no llega a escuchar lo que dicen. Las dos mujeres forman parte de ese pasado que él dejó atrás y el hecho de que aparezcan en un medio de transporte anticipa la importancia que tendrán los mismos en ese viaje para recuperar ese pasado perdido.
No obstante, la noche anterior, Tim tiene otro sueño que no aparece solo narrado sino dibujado en blanco y negro resuelto solo con lápiz. Esto lo destaca visualmente del resto del libro y hace que le prestemos una atención especial. Efectivamente, en este sueño él ve a un hombre adulto y un niño caminando juntos. Un rayo cae y uno de los dos muere aunque (para no anticipar al lector) él no llega a ver cuál de los dos sobrevive.

– El niño. A partir de la mañana siguiente a ese sueño, el niño aparece en la vida de Tim. El lector lo ve mezclado entre la multitud, en algunas viñetas aparece de forma fragmentaria… las piernas, los pantalones cortos del uniforme escolar, se lo ve pasar por la calle a través de la vidriera del restaurante. Durante todo el día, Tim no parece verlo y solo reparará en su presencia por la noche, cuando provoque el accidente de auto.
– El baño del avión. Tras el accidente, Tim vuelve a ver al niño en el aeropuerto y cree que abordó el mismo avión que él. Cuando sube, tras ser demorado por la policía aeroportuaria, revisa todo el avión pero no lo encuentra. El único lugar en el que cree que puede estar escondido es uno de los baños que permanece cerrado. El cartel de “Ocupado” será en varios momentos el gancho que vuelve a traer al lector desde los flashbakcs hasta el presente de la narración.
No obstante, en la relectura sabemos que el niño no está escondido en ninguna parte excepto en la cabeza de Tim. Es curioso que la metáfora que lo represente sea un baño público. Un lugar estrecho, claustrofóbico, sucio y que permanece cerrado al propio Tim. Al menos mientras él lo vigila (vigilia) ya que cuando se duerma por unos segundo y vuelva a despertar, el cartel indicará “Libre”. Así se da a entender que el protagonista por fin está listo para iniciar su viaje de introspección/retrospección. Inmediatamente, el avión despega.
– El cartel publicitario. Un recurso similar pero que funciona al revés son las viñetas que muestran el cartel que Tim creó para la campaña de la marca de autos “Raider” (literalmente “Asaltante”). Esas viñetas desperdigadas llevan al lector por un segundo del plano del presente al del racconto. Para complicar todavía más el recurso, se comienza con un plano detalle de los ojos de la modelo en un blanco y negro con efecto off-set y -a medida que avanzan las páginas- se va ampliando el plano paulatinamente hasta que llegamos a ver el cartel completo. En una toma nocturna, una mujer elegante vestida de fiesta escapa de una “jauría” de autos que la persiguen. El slogan completa el significado: “Raider te pone al frente de la manada”.
El auto como sinónimo de status, el poder adquisitivo como el elemento fundamental en el juego de seducción, el hombre como cazador, la mujer como presa. La campaña es todo lo que está mal y, sin embargo, es considerada una genialidad y un éxito en la carrera de Tim.
Es el símbolo de como sus logros en el mundo de la publicidad van acompañados de su degradación moral como persona. Tim produce la campaña en su momento emocional más traumático que es el aborto de Sylvia por lo que, en el recuerdo, ambas cosas quedan relacionadas para siempre.
– El álbum de fotos. Ya lo mencionamos varias veces como el disparador del clímax del relato. Funciona como síntesis de todo el libro. Hojeando las fotos, Tim se encuentra con las versiones anteriores de sí mismo, con los sueños y los ideales de su juventud y no puede (ni él ni nadie) resistir el impacto de ese choque. Había tenido un matrimonio civil como forma de renegar de la iglesia, despreciaba las convenciones sociales, había apoyado con su arte a luchas obreras que hoy ni siquiera podía recordar. Ese joven se convirtió en el Tim Hole actual, totalmente vacío y vendido al sistema. Es más… cuando encuentra en su viejo auto una calcomanía en contra del racismo, la arranca. ¿Acaso queda redención para él?
(Off topic: Sie este tema los conmueve como a mí, no dejen de leer Papá querido de Aida Bortnik y Time and the Conways de J. B. Priestley)

– El frasco enterrado. Eso nos lleva al último símbolo y uno de los más poderosos del libro. Tim se dirige a ese lugar en el que, siendo niño, enterró un montón de insectos en un frasco de remedios y los dejó ahí para que se devoraran entre ellos y finalmente murieran. A veces, cuando cuenta la anécdota dice que, arrepentido, regresó a desenterrarlos. Pero en el fondo sabe que no es cierto y que necesita volver al lugar en el que cometió esa primera crueldad.
Cuando lo encuentra, el frasco es mucho más grande y brillante. Esto acentúa su carácter simbólico pero también el hecho de que, a lo largo de estos años, Tim “enterró muchos bichos más”. Cuando logra destaparlo, la alimañas que salen son verdaderamente horribles y enormes. Tim está aterrado de lo que liberó pero a la vez, está tan asqueado que vomita… porque la basura de la que tiene que liberarse está adentro suyo.
– Final. El enfrentamiento entre el Tim adulto y el niño, cierra los cabos que simbólicamente había ido abriendo la obra. Como en el sueño, uno de los dos sobrevive pero no sabemos cual. Tal vez sea la síntesis de ambos, un nuevo Tim adulto que recuperó todas esas cosas que había perdido por el camino. El protagonista deja tirados sus lentes, se dirige al mercado. Entre todas las Flite (la gaseosa para la que estaba trabajando) elige la única Vimto (la marca que tomaba el Tim niño) y compra un diario en el que llegamos a ver que abre la sección de clasificados, insinuando que buscará un nuevo empleo.
El final es muy prolijo tanto en lo visual como en lo textual. Mientras la última página muestra en una misma imagen al avión, el tres, el auto y la bicicleta, el texto (en la traducción de Santiago Sánchez Kutika y Emiliano Maitía) dice:
“Hay una yema nueva en el huevo vacío. Hay un pulso nuevo en el útero raspado. Todo está preñado. En la mañana, sin ser notado, me escabullo de la escena del crimen”
El show de Oscar Zárate
En este último apartado de la nota quiero profundizar sobre el trabajo de Oscar Zárate, un dibujante argentino al que en el país casi no hemos leído porque emigró a Inglaterra en 1971. Más allá de que Fierro publicó Fly Blues (con guiones de Carlos Sampayo) entre los números 29 y 35, no hemos tenido muchas oportunidades de acercarnos a sus historietas hasta esta edición de Un pequeño asesinato.
El trabajo que hace acá es totalmente novedoso y personal. Lo es aún hoy, imaginen lo que habrá sido para 1991.
Su estilo en esa época estaba fuertemente influido por la obra de José Muñoz que puede advertirse tanto en el manejo de luces y sombras como en la soltura de la mancha de pincel. Esa influencia se transmite a la estilización algo deforme de los personajes. Principalmente, los secundarios aunque -personalmente- el diseño de Tim Hole siempre me recordó un poco a Pepe, el arquitecto, de El Bar de Joe. Incluso, en una viñeta de A Small Killing, los mendigos no tienen rostro y, en lugar de sus rasgos, tienen solo las líneas de proporción que traza el dibujante en al boceto. El mismo recurso que usa Muñoz en “Rasgos de Stevenson”
También se nota la influencia de Muñoz en las escenas de lugares muy concurridos como bares o fiestas en las que los personajes de fondo invaden todo el espacio de la viñeta, relegando al protagonista a un segundo plano. La coincidencia es reforzada por el propio Moore quien (al igual que hacen Muñoz y Sampayo en sus colaboraciones) llena el ambiente con los fragmentos de las conversaciones de esos personajes secundarios.

En fin… Ya que todos tenemos influencias, parece una buena idea dejarte influir por el mejor del mundo.
Claro que, aunque el espíritu de Muñoz sobrevuele las páginas, el resultado obtenido por Zárate es totalmente único porque le pone su propia impronta y porque las páginas están pintadas a mano y a todo color.
Una vez más, vale la pena subrayar lo innovador de la propuesta para su época dado que había poquísimos dibujantes del cómic que aplicaran color directo y, los que lo hacían, solían buscar con eso que el color exprese un resultado más volumétrico y realista. Nada que ver con lo que hace el argentino quien, constantemente, pone el color al servicio de la atmósfera, la narración y la emoción que se quiere transmitir. Es más, creo que hay una declaración estética bastante explícita en la falta total de realismo de los fondos que siempre parecen un decorado de cartón porque (como ya vimos) lo que importa pasa dentro de la mente del prota.
Ya hablamos de los cambios estéticos con los que se expresan las escenas del presente, el flashback y el sueño pero agota el repertorio de recursos que Zàrate pone en juego en estas páginas. Hay momentos puntuales en los que el estilo da cambios notables obedeciendo a situaciones del relato, hay un uso muy puntual del collage en determinadas escenas y un uso de cierta iluminación (que parece dada con una tiza blanca) que ilumina al protagonista en otros momentos. Hay toda una escena cuando Tim se reencuentra con Maggie en los suburbios en la que la ropa volando en los tendederos dota a todo el ambiente de una sensación fantástica y fantasmal.
Hay, de verdad, tantos recursos visuales diferentes y son tantos los significados que sobreimprimen al relato que podría escribir otro artículo como este, analizando solo el código icónico.
Por poner un único ejemplo más, en la escena en la que Tim se acerca a los edificios viejos, hay una viñeta de flashback en la que se lo muestra de pequeño, metiendo una lombriz en el frasco que va a enterrar. Como es una analepsis, Zárate la dibuja con ese estilo más luminoso y difuminado que reserva para el pasado, pero traza un pequeño círculo casi imperceptible que abarca la cara del niño, su mano, el frasco y la lombriz que está metiendo adentro. Dentro de ese círculo, el coloreado es el de la actualidad. Ese detalle (muy fácil de pasar por alto y que se usa en una sola viñeta) da a entender, que ese hecho y el placer que experimentó el protagonista en ese primer momento de crueldad, todavía no está resuelto. Sigue siendo una parte de su presente.
Todo en Un pequeño asesinato tiene ese nivel de saturación y densidad en la información. Es un desafío constante que premia al lector activo porque en estas cien páginas, nada es simplemente lo que se ve en la superficie. Todo nos interpela y nos exige una interpretación. Es cierto que esto mismo puede hacer que la lectura resulte difícil y trabajosa pero también conlleva una poderosa (y casi indispensable) capacidad de relectura.
Yo voy por la cuarta y, seguramente, con los años lleguen más.