Cada relato de la obra que analizaré hoy, nos enfrenta a la plasticidad del cuerpo humano, entrelazado con lo onírico, lo sobrenatural y lo tecnológico. El cuerpo en esta obra no es solo un ente biológico; es una interfaz vulnerable ante fuerzas que van más allá de lo tangible, como la magia, los fantasmas o una invasión alienígena.
Este tratamiento de los cuerpos, que podemos conectar a los estudios de Donna Haraway (si les interesa entrar en detalle sobre esta autora, pueden leer esta nota) sobre los cyborgs y las fronteras de la identidad, son híbridos, susceptibles de ser alterados por lo no humano, cuestionando los límites de lo corporal. La interacción entre el sueño y el cuerpo actúa como un puente hacia otras realidades.
En Las Durmientes (2024, Leitmotiv Editora), el cuerpo humano es tanto sujeto de control como medio de transformación.
María Eugenia Alcatena y Muriel Frega nos traen una conexión tecno-mágica con sueños que no se pueden perder.
Doy paso a un análisis ñoño, como no puede ser de otra manera.
La Obra
La obra se compone de cuatro historias cortas, cada una con su propio tono y estilo visual, pero unidas por el tema común del sueño y la transformación corporal. La estructura fragmentada permite explorar diferentes dimensiones de lo onírico, desde el terror hasta la ciencia ficción.
Alcatena (quien viene de las letras) utiliza un lenguaje conciso, dejando espacios para que el lector interprete las conexiones entre lo dicho y lo no dicho; mientras que Frega (a quien quizás conozcan por Modus Operandi) construye las historias desde los inquietantes colores fríos con composiciones descentradas que rompen el esquema tradicional de cuadros. Ambas, desde su metier, contribuyendo a la idea de los cuerpos en constante transformación.

Sobre la muerte y el cuerpo
Fantasmas, el fin del mundo, la magia oscura, y la invasión alienígena. Desde una lectura foucaultiana (”Vigilar y Castigar”), la muerte no es simplemente el fin de la vida, sino un aspecto crucial del poder sobre los cuerpos. En Las Durmientes, la muerte no es una simple desaparición, sino un proceso de transformación donde los cuerpos siguen siendo parte de un sistema de control. Los cuerpos de los personajes están sujetos a fuerzas externas que los alteran de formas imprevistas, como el organismo fractal alienígena o la conexión con el fantasma de una amiga. Vulnerabilidad y permeabilidad del cuerpo humano, que se enfrenta a lo desconocido y lo extraño.
El sueño. La suspensión de lo real
En Las Durmientes, el sueño es una herramienta narrativa para explorar el cuerpo, la mente y las fronteras entre lo real y lo irreal. A su vez, el sueño no es solo la pausa en la actividad consciente que sirve de portal a lo desconocido, sino también una experiencia en la que los cuerpos se tornan vulnerables. Podemos ver en la segunda historia cómo un coral alienígena invade el cuerpo de una mujer mientras duerme, una meta-escritura tenebrosa que puede, incluso, despertar cierta paranoia…

La última noche del mundo tal como lo conocimos
El concepto de “la última noche” refleja una transición entre dos estados: el de la vida y el de la muerte, lo conocido y lo desconocido. En términos literarios, la noche suele simbolizar el inconsciente, el misterio y el miedo a lo que no podemos comprender. En Las Durmientes, esa “última noche del mundo” no se trata solo de un fin global, sino de un proceso íntimo, en el que los personajes deben enfrentarse a la fragilidad de sus cuerpos y sus existencias.
En términos más simbólicos, “la última noche del mundo” también puede interpretarse como el cierre de un ciclo que da paso a otro. En tradiciones como la Wicca (quizás les interese leer la nota de Zona Queer sobre Neil Gaiman, donde menciono esta religión), la muerte no es el fin, sino una fase de transformación que lleva al renacimiento. De esta manera, la última noche del mundo es una preparación para algo nuevo, un cambio en la estructura del ser y del universo. La oscuridad de la noche se convierte en un espacio donde lo viejo muere para dar lugar a lo nuevo (o eso creemos).
La Obra. Parte II
A propósito de los relatos, no puedo evitar relacionar el último, Extinción, con Donna Haraway y lo cyborg. El cuerpo humano es alterado a través de una tecnología que lo transforma en algo nuevo, desdibujando las fronteras entre lo orgánico y lo mecánico. La post-humanidad como concepto comienza a ser explorada a raíz de una suplantación de identidad. Vuelvo a repetir: un recurso tenebroso que da paranoia. Blackmirrorneano, permítanme decir.
Volviendo a la alusión Wicca, el estado pasivo (del sueño) de Lucina en El Conjuro, es violentamente interrumpido para un ritual neopagano, con la utilización de elementos naturales y una narración acompañando una ceremonia de censura.

Y si de sobrenatural hubiera que hablar, nos remitimos a La Siesta, el primer relato (en efecto, no estoy yendo en orden), en donde el cuerpo durmiente de una niña se transforma en un espacio de conexión con lo intangible, pontificándola con las fuerzas del más allá.
Felicidad…o, En cada sueño habita una pena. Un relato que me costó entender. Un fractal alienígena que coloniza una pareja de lesbianas, una suerte de “hongo alien”, me soplaron por ahí…
En conclusión
Una obra que, de principio a fin, muy interesante y compleja. No dejen que su espesor los confunda. Recomendable es poco. Me encantaría que le den una leída, yo se la di después de adquirirla en la FAH! y no me arrepiento. Y, por si fuera poco, este sábado 14/09/24 en la Biblioteca Popular Ansible, habrá una presentación de esta pequeña pero poderosa historieta de María Eugenia y Muriel ¡Chapó!
